Mañana saldré a visitar campos oblicuos,
entre mentas y moras clavaré mis ojos.
Arrodillaré mis muslos junto a los tuyos,
acurrucaré mis brazos sobre tus hombros.
El viento suave perfumará nuestros labios,
que se unirán inquietos en un beso interminable.
Nuestras lenguas jugarán a pelearse,
y no tendremos tiempo para nada más
Tu cabello negro baila sobre tus mejillas,
tus manos acarician la hierba fresca.
Sobre mi frente se tiñen los deseos,
quiero hacerte mía, ahora y para siempre.
El sol refleja nuestros cuerpos,
que se funden en el suelo.
Sudan y gritan los avatares del placer,
se estremecen ya sin aliento.
El adiós es impertinente.
Tu mano ya palidece.
El cuerpo se torna frío y desconsolado,
cierras los ojos y me despides en silencio.
La desesperada voz se dejaba oír a lo lejos…
La tenue luz que se reflejaba en el mármol, iluminaba sus ojos negros. Sus pestañas se traslucían frágiles entre las facciones de su hermosa cara, y parecían así pasar desapercibidas al ojo más mundano y abyecto.
Era perfecta y hermosa. Pero de sublime maldad se alimentaba su inhumano corazón.
Prodigiosas melodías susurraba a los oídos de sus indefensas victimas, almas éstas carcomidas por antiguos deseos. Su cuerpo codiciado y anhelado era, en silencio y en extremo, por estúpidos inconcientes que fenecían al menor intento de poseerlo.
Enjugó las lágrimas de soledad que sus tristes y delicados ojos dejaron caer sobre su lecho.
La palidez de su rostro era el reflejo de su turbio aliento. Caminó de prisa, llegó hasta la ventana y se perdió en la noche oscura, cuando aún resplandecía hacia el este, un disco blanco sobre el horizonte. Aquel que la llamaba sería rescatado, iba en su búsqueda rápido, al mismo tiempo sin premura, pero con pies firmes y obsecuentes.
Entró por la ventana. Al pie de la cama del infeliz se paró a contemplarlo con un aire altivo y armonioso, que el tiempo paralizaba en el más profundo de los abismos.
Él extendió sus brazos al verla. Ella mudó levemente su rostro con una sonrisa lívida que hacia graves y al mismo tiempo hermosos sus gestos.
Se puso a la diestra de aquel que la llamaba impaciente, y que ahogaba la garganta con la carraspera horripilante que precede esos funestos momentos. Su preciosa boca seguía sonriendo, su lacio pelo negro ahora acariciaba los parpados del infeliz que yacía inquieto.
Le susurró las atractivas palabras al oído y, entonces los ojos de aquel se abrieron como platos. Sus sublimes y dulces labios besaron la boca del desgraciado y se llevaron su último aliento.
La noche oscura te da refugio,
las almas inocentes duermen al amparo.
Tu alma inquieta se sofoca a cada paso,
ya no conoces nada, solo el dulce sabor…
Te elevas hasta el cielo,
tu mirada te lleva
Allí es tu lugar, pero
Vuelves a caer pesadamente.
Traspasas los umbrales.
En lo más profundo no hallas morada
Entonces te elevas nuevamente…
Sorprendida.
Ya es la hora fuerte,
la que desata la furia.
Allí se mojan los cabellos
de quienes pelearon en otro tiempo
Basta.
Turbación de necios es
cuando no se halla la salida,
Más tú la encuentras.
Revuelves nuevamente,
el resplandor aviva a los más incrédulos.
Los juntas y los mitigas,
ya no habrá más lamentos.
MARTÍN RAMOS
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Este profesor de lengua y literatura argentino tiene 37 años y un montón de títulos escritos (Analogía, Alrededor de ti, Encuentro, El beso esperado, El misterio de la vieja casona, Todo se reduce a la nada, Amigos del alma, La torre de Babel, Antíope –la verdad-, El final, Quién dijo que la cosa sería fácil, Crónica de una imaginación –Recabarren-, La salvación, Antíope, El baño de la oficina, Giro alrededor de ti, Herejía, Palabras perdidas, La divina compañía, Un día más, El bar de la avenida Rivadavia…).
“Actualmente me encuentro escribiendo una novela policial, pero me considero un cuentista, y de hecho, dentro del género narrativo es lo que más atrae mi atención.”
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Precioso relato. :) Marcela.
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