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2 de abril de 2011

135 DÍAS DE CUENTOS

Hemos de agradecer las aportaciones de tanta gente maravillosa en este proyecto que, como habéis podido comprobar, hemos tenido que posponer.
Para todos aquellos que se han preocupado deciros que ha sido por motivos de salud. Esperamos que no sea por mucho tiempo y podamos volver a reencontrarnos pronto. Muy pronto si me permitís añadir.

Aún así no ha estado mal. Al final han sido 135 días de cuentos, aunque podían ser muchos más ya que muchos de vosotros seguís enviando vuestro talento y vuestro arte.

Me quito el sombrero ante vosotros.

15 de marzo de 2011

135: “NIEVA SOBRE JAPÓN”

Yuki tenía 4 años y miraba desde la azotea cómo el agua cubría las calles. Minutos antes la tierra se había movido y su padre le había cogido en volandas y se lo había llevado lejos de su cuarto. Allí sus juguetes habían empezado a jugar solos tirándose de las estanterías y dando piruetas por el suelo.
Aunque era muy pequeño y todo le parecía muy divertido, Yuki supo al instante que algo no iba bien. Igual había sido la expresión de terror de su madre, o los gritos de la gente que se encontraban. Parecía que ellos no se lo estaban pasando bien.
Casi por instinto dejó de sonreír. Sacó un caramelo de su bolsillo y lo desenvolvió con cuidado sin saber qué hacer con el envoltorio. A pesar de la multitud que se agolpaba en la azotea el silencio que les rodeaba era sobrecogedor. Con sus manitas, intentando no hacer ruido, se metió el caramelo en la boca. Fresa, su preferido.
De repente, muy lentamente Yuki vio caer un enorme copo de nieve. Luego otro, y luego otro más. El niño miró a sus padres contento de nuevo. La gente había comenzado a exclamar asombrados. Yuki les imitó extendiendo sus manos para atrapar algún que otro copo de nieve. En muy poco tiempo, todo se cubrió de una banquecina capa que no se derretía.
El niño loco de contento comenzó a hacer bolitas y a amontonarlas intentando formar la figura de un muñeco de nieve.
La gente a su alrededor se miraba extrañada.

El helicóptero de rescate llegó por fin hasta aquella azotea tras duras horas de salvamento en otros tantos techumbres que seguían en pié. Los salvadores no dudaron en meter a Yuki en el vehículo, al igual que a los otros niños que se encontraban allí. Luego volverían a por los adultos.
Los niños parecían cansados. Estaban pálidos y ojerosos. Yuki sangraba por un oído. Los hombres de uniforme le miraron con muchísima pena. Sabían que Yuki no tardaría en morir. Ya habían visto otros casos muy parecidos al suyo.
Uno de los técnicos le aplicó un aparato que chilló rápidamente en cuanto lo acercaron al cuerpo del niño.
El hombre movió el cabeza consternado.
-Hemos llegado tarde, la ceniza radiactiva le ha contaminado irreparablemente.

ROSI BERENGUER
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“Me horroriza lo que veo en las noticias. Aunque nos den pautas tranquilizadoras no me fío. Sin llegar a ser extremista pienso que estamos en manos de los que nos van a llevar a un destino algo catastrófico. No creo que seamos una raza que se adelante a los acontecimientos, sólo aprendemos a bases de errores. Y algún día esos errores nos llevarán a la autodestrucción. Y eso que nos creemos la raza superior, la inteligente.
Espero que la literatura también sirva para concienciar a la gente y hacerla más libre.”

14 de marzo de 2011

134: "ESTACIÓN PRIMERA A LA LOCURA"

Estación primera a la locura
¡Es que no fue mi culpa!, le sigo gritando. El me mira con sus negros ojos llenos de rabia y dolor, no necesitan voz para decirme: - Deje de ser cínica. Con sutileza me contesta: -él no le hizo nada.
El cuarto era oscuro, el piso de madera con olor a humedad, a hongo y a todo lo desagradable que se puede olfatear en un cuarto oscuro con el piso de madera que rechina con olor a humedad. Las paredes azotadas por el desgaste del tiempo no tenían un color exacto, a veces blanco, otro abano o negro o rasgado.
¡¡Es que no fue mi culpa!! Vuelvo y grito. Porque sé que se está colmando su paciencia y en algún momento terminará por preguntarme, furiosos, al borde de la locura: - ¿por qué no fue su culpa?...
Pero no. Seguía frente a mi parado, tocando desesperado su cabeza, tratando de arrancar la poca cabellera que le quedaba.
Su mirada iba al techo. Un techo un poco deteriorado, que de vez en cuando emitía un ruido, dando la impresión de que se iba a caer.
Se me soltó una carcajada. Su mirada inmediatamente buscó mis ojos. Apretó los dientes, y dio un gran suspiro. Yo podía escuchar el palpitar de su órgano cardíaco.
Lo seguía mirando, con una sonrisa de satisfacción en mi cara. Pensé que había llegado el momento. Pero no fue así. Solo dijo con una voz ronca, destrozada y bajita: - ¿Por qué?
Debo confesar que la verdad me enfurecía su paciencia, pero a la vez enervaba. Nunca antes alguien se había contenido ante mí de esa manera.
Lo miraba fijamente. Sus ojos me intimidaban. Mi sonrisa se fue perdiendo sin aviso. Mis manos sudaban, mientras las frotaba disimuladamente contra mis piernas. Empezaba a sentir que ahora los papeles habían cambiado, y que él estaba ganando. Pero más me preocupaba, que él se estaba enterando también.
Él seguía con las manos en la cabeza. Estaba ansioso pues sus piernas no dejaban de moverse, una y otra, y otra vez. Trinchaba los dientes. Yo sabía que estaba condenado de la ira, pero sus atemorizantes ojos no dejaban de mirar los míos.
Sentí algo realmente desagradable. Tenía un inmenso taco en la garganta que no me dejaba pronunciar palabra, y poco me dejaba respirar. Me dolía el estómago. Un vértigo impresionante, incontrolable, se apoderaba poco a poco mi cuerpo. Sentía como el sudor bajaba por mi frente, como mi corazón latía cada vez más y más rápido. Tuve una inmensa necesidad de salir de allí. Olía a algo fétido, y escuchaba un desagradable pitido que aturdía mis oídos.
El seguía parado, con sus manos en la cabeza, ansioso, trinchando los dientes. Yo seguía parada, con las manos sudorosas, el sudor en la frente, el nudo en la garganta, el corazón palpitando rápidamente, los inevitables deseos de salir.
Pero ninguno quitaba la mirada del otro. Quería reírme pero no podía. Fue cuando comprendí, que, tenía miedo...
Cerré, mis ojos, me mordí un labio y volví a repetir: es que no fue mi culpa! esta vez muy suavemente. Cuando abrí mis párpados, él se llevó lentamente las manos a la boca. Se arranco ferozmente una uña. Cayó bruscamente al suelo de rodillas, y empezó a gritar, mientras golpeaba con sus puños el piso. Estaba loco. Yo había logrado lo que quería. Pero tenía miedo. Quería que alguien me sacara de ahí. Quería nunca haber llegado a ese desagradable lugar. Volví a cerrar mis ojos lo más fuerte que pude. Deseaba que se callara. Necesitaba que se callara.
Con las manos apreté fuerte mis oídos. Volví a morder mi labio inferior. Mis pies no paraban de temblar. Solo había algo más fuerte que sus gritos en la habitación. Mi corazón.
Hubo un silencio inmenso. Por fin se había callado. Mi corazón empezaba a tranquilizarse. Pasaron unos minutos antes de bajar las manos. Pasaron otros mientras abría mis ojos, y cuando lo hice, ya no había nadie en el piso.
No había nadie frente a mí. Ni a los lados. Mi corazón volvió a latir tan rápido. Esa molesta sensación de miedo apareció otra vez. Hasta que escuche el chillido de la puerta que estaba tras de mí. Giré muy lentamente y el estaba ahí parado. Riéndose de mí. Mientras me decía con una satisfacción infinita:- ¡juego terminado!
El había ganado. Dio un fuerte portazo, mientras yo caía de rodillas al piso. Un quejido. Una lágrima y frente a mí, el cuerpo aquel....
Laura Moreno Echeverry
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De Laura sólo conocemos que es de Colombia que su escritura es inquietante. A ver si tenemos suerte y se anima a enviarnos una breve biografía con la que podamos conocerla mejor.


13 de marzo de 2011

133: "TODO SE ACABA CONTIGO"

Las olas rompían con fuerza contra las rocas del acantilado. Una tras otra se sucedían con cadente monotonía.
Elisa sentía el viento mover sus cabellos. Los alborotaba con desorden, sin ningún tipo de cuidado. Una lágrima se resistía a salir de los ojos, pero sabía que tarde o temprano conseguiría suicidarse. Se uniría al mar y formaría parte de su espuma.
“¿Por qué estás tan triste, niña?” parecía querer preguntar con su murmullo el océano.
-Si yo te contara…
Elisa tenía 15 años y se sentía vieja. Vieja por dentro y vieja por fuera. Tan abrumadoramente infeliz. Sacó la fotografía de un chico risueño y la miró por última vez antes de romperla en mil pedazos y lanzarla al viento. Ahora sí que ya no le quedaba nada de él. Sólo el recuerdo, apenas un cosquilleo fugaz en los labios y un vacío exasperante en el corazón.
Elisa comenzó a quitarse la ropa, muy lentamente, como en un ritual. Su mirada se mezclaba con el horizonte. Hacía mucho frío, pero no le importaba. Enseguida el vello comenzó a erizarse y su piel a amoratarse.
Metió un pié en el agua. Un latigazo fulminante le recorrió el cuerpo. Estaba realmente congelada en esa parte del mundo. Luego metió el otro pié.
Sofía caminó sin pausa hacia delante. Sin mirar atrás, sin sentir remordimientos ni culpa. El agua fue ascendiendo poco a poco por su cuerpo.
No tardaría en reunirse con su chico, aquel sin el que ya no podía vivir.
LAURA FERNÁNDEZ PÉREZ
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El amor adolescente es, quizá el más pasional de todos, y de eso sabe mucho Laura. Nos ha enviado este texto desde Cádiz porque nos ha dicho que escribir la “libera de su tristeza y evita que me pierda entre mi propia locura”.
Ánimo Laura, todo en este mundo se cura, sólo hay que darle tiempo al tiempo.

12 de marzo de 2011

132: "ENGANCHADO"

No podía dejar de apretar aquellos malditos botones. Desde el principio me había enganchado. Como la mayoría del mundo no podía dejar de pensar en ella. Era el mejor de mis sueños y la peor de mis pesadillas pero al fin y al cabo ya no había marcha atrás.
¡Bienvenida maquinita del tetris!

Fernando Navarro Oz
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“Me apasiona la lectura y siempre me ha apasionado escribir, aunque hasta hace solo un añito no me he atrevido a escribir.” Licenciado en Filología Inglesa, este joven cántabro nos deja este pequeño relato que esperemos que no sea el último.

11 de marzo de 2011

131: "ZOMBIES"

Aquel hombre tenía la mirada ida y se acercaba a mí con pasos tambaleantes. No quedaba más remedio que correr. Como si eso fuera a salvarme. Ya no tenía escapatoria hacia ningún lugar de la Tierra porque estaba entera infestada. Pero yo corrí igual. Llámalo instinto de supervivencia, aunque fuera un esfuerzo absurdo, llámalo estupidez humana. Da igual. El caso es que corrí a grandes zancadas sin saber muy bien hacia dónde. Atravesé la puerta de un supermercado. Sus cristales estaban hechos añicos. Quizá agazapado en cualquier rincón tendría posibilidades de sobrevivir. Pasaría desapercibido alimentándome de los restos comestibles de la tienda. Por fortuna no había ni rastro de ningún zombie por entre los pasillos. Encontré un cuarto vacío y me encerré en él. Con un poco de suerte el hombre que me seguía no me encontraría allí. La luz se apagó y de repente comencé a sentir un frío mortal.

Dos días más tarde en todos los periódicos del país se podía leer en primera plana:
“Los disturbios causados por la revuelta de desempleados provocan la primera víctima mortal”
DIEGO P. VELÁZQUEZ
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"Vivo en Madrid capital y me gusta escribir para denunciar situaciones de la vida actual. Tengo varios relatos sobre reciclaje de basuras, el hambre de los niños del tercer mundo o la crisis económica mundial entre otros.
Si les gusta este relato enviaré otros más de mi colección."

9 de marzo de 2011

129: "AL OTRO LADO DE LA PUERTA"

Ojeaba una revista con rapidez. Sólo le daba tiempo a ver de reojo las fotos. Casi todo era publicidad. Le aburría terriblemente. Bostezó. Miró el reloj. Luego lo volvió a mirar una vez más convencida de que se le habían parado las manillas. No, el segundero seguía con su cadente tic tac.

No estaba nerviosa y sin embargo debería estarlo. Tras aquella puerta se encontraba la respuesta que podría cambiar el resto de su vida. El reloj continuaba imparable, lento pero imparable. Tic, tac, tic, tac.

-¿Señorita, Sánchez?

Se puso de pié como un resorte.

-Ya puede usted pasar.

El reloj pareció pararse. Dejó de oír sus pasos. Aunque quizá lo que se había detenido era su corazón. Tras aquella puerta se decidía su destino, y ahora sí que estaba nerviosa. Un tembleque le llegó a las piernas. Si no las controlaba se iría directa al suelo.
Puso la mano en el pomo de la puerta. En el letrero pudo leer una vez más:

Dr. Echevarne
Oncólogo

EVA SÁNCHEZ
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“Tal y como he descrito en muchas ocasiones, cualquier forma de expresión es válida para liberar un yo encerrado en protocolos. La mía es la escritura. Aquí vierto todos mis miedos, mis preocupaciones, pero también mis anhelos y mis sueños. Escribir es, en definitiva, la manera con la que libero mi alma.”