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16 de enero de 2011

77: "EL PASEO"

Con el ceño fruncido, mostraba su disconformidad por lo acontecido unos minutos antes. No le gustaba esperar a nadie y el chirrido de una vieja puerta de madera al abrirse transformó su desairado rostro. Ambos se miraron a los ojos, satisfechos, y con manifiesta complicidad en sus pensamientos.
—Si ya dejaste los caballos a buen recaudo y con abundantes pastos, vamos a beber vino, que hora es. Como escudero dejas mucho que desear, no puedes intervenir en mis tratos sin previa autorización… —le reprochó al recién llegado.
—La caballeriza no era ni el lugar ni el momento para mendigar, señor.
—Quien mendiga es un necesitado, joven escudero, y es obvio que mi rango social nada tiene que ver con tu desafortunado comentario. Poseo una barriga exagerada y un cuerpo bastante calumnioso, consecuencia de los placeres que Dios me concede. Mas tu escuálida figura sí que es digna de un mendigo.
—Permítame vuestra merced decirle que su aberrante figura es de señorío, nadie lo pone en duda, porque tener una buena cavidad abdominal es sinónimo de buen comer, y su oxidado esqueleto delata una inactividad laboral digna de un marqués.
—Noble título que me enorgullezco de poseer. Precisamente me he negado a pagar para no desprestigiar mi rango social. El lugar estaba repleto de bichos repugnantes.
—Excelencia, sólo aprecié un único insecto nocturno y corredor, de unos tres centímetros y de color negro.
—¿Te parece poco semejante engendro?
—Señor, era una simple cucaracha escondida detrás de los bebederos, algo común, pues habita en sitios húmedos y oscuros.
—¡A mí me pareció un monstruo escurridizo y no hablemos más del asunto! Yo pago en acorde a los servicios que le ofrecen a mi caballo. Un purasangre no se puede quedar en un establo mugriento y asqueroso.
—A un cuadrúpedo viejo, terco y tozudo se le llama purasangre…         —murmulla el escudero con una pícara sonrisa dibujada en sus labios.
—¿Estás poniendo en duda la belleza de mi caballo?
 —Nunca me atrevería a semejante barbaridad, excelencia. Me refiero al equino.
—Ah, que te refieres al equino… ya, ya… al equino…  ––Se queda pensando unos segundos–– Si, el equino es muy terco, en verdad tiene bastante parecido contigo, pero no me cambies de tema que ya tendremos tiempo para hablar de ese equino. Ahora me interesa dejar claro mi preocupación por el lugar en donde has dejado al caballo. Incluso te diría algo más, para cucaracha el encargado de esa pocilga y no el esperpento tan raro que tú has descrito.
—Su deplorable actitud a base de gritos y palabras mal sonantes para no pagar el miserable real que le demandaban, me hizo sentir vergüenza de vuestra merced. Por un simple real su excelencia no debió ser tan miserable.
—Mi decencia nadie la pone en duda, y menos un vulgar escudero. Exijo que rectifiques o que te expliques mejor. Y sin insultos, que por Dios juro que te degrado a mozo de cuadra.
—Se puede ser marqués por título, sin dejar de ser un mendigo de la vida. Y del mismo modo, un mendigo de nacimiento puede comportarse con la altivez de un señor en sus modales.
—Rara vez un mendigo mostrará modales de señor; ni siquiera un escudero como tú, que tienes más de villano que de escudero. Hasta tu pelambrera muestra las secuelas de un ejército de piojos… ¡Qué asco! Para ser mi sirviente deberás bañarte todos los meses.
—Perdone mi atrevimiento, señor. El mendigo es una persona que habitualmente pide limosna para sobrevivir y que acostumbra a compartir habitáculo con todo tipo de animales, insectos y cualquier otro espécimen que su excelencia pueda conocer. La diferencia estriba en que su señoría mendiga con insolencia para no gastar ni un real.
—¿Te atreves a llamarme insolente o quizás me estás llamando piojoso? —Le miraba inquisitivamente—. Te recuerdo que con un solo movimiento de mano te mando a los calabozos.
—¿Y con quién se iba a desahogar su excelencia?
—¡Con la madre que te parió! Serás cretino.
—Perdone, señor. No era mi intención ofenderle. Sólo el estúpido o necio es un cretino, calificativos que tampoco me corresponden. Intento llamarle mendigo descarado, nada más, con la humildad que me caracteriza, por supuesto. Y digo descarado porque estoy seguro que ni un solo real lleva su excelencia en los bolsillos.
—Tú tienes de humilde lo que yo de pobre… Un Marqués no necesita llevar dinero. Su rango le abre todas las puertas y su escudero paga las cuentas.
—¿Yo? Vuestra merced se confunde, estas pocas monedas es cuanto poseo, y con ellas no tenemos ni para el establo.
—¡No te acerques tanto, que apestas! Quédate a cierta distancia o camina detrás de mí. La plebe tiene que verte como lo que eres, un simple escudero, nada más. Mi reputación es importante. Sabes que con mis tierras nunca podré ser un mendigo.
—Yo no hablo de tierras, señor. Hablo de la parte inmaterial del hombre por la que piensa o siente. Hablo sólo de su espíritu. Es usted un noble de espíritu descarado.
—¡Y tú eres una mierda de escudero, que me estás dando por culo con tanto descaro! Desconozco el significado de todo lo que me dices y creo que como buen granuja, sólo pretendes liarme.
—Lamento que mi señor piense que intento darle a la mentira apariencia de verdad. De un pobre hombre no se puede esperar otra cosa.
—¿De quién hablamos?
—De un ser racional perteneciente al género humano, caracterizado por su escasa inteligencia y su lenguaje viperino.
—¿Y ese quién es? —Le preguntó extrañado–– ¿Le conozco?
—Usted, excelencia. ––Le contesta retirándose un par de metros más.
—¡Serás bellaco! ––Grita lleno de ira–– Yo soy rico y poderoso. No te olvides que ostento el título de marqués. ¿Quién me mandaría a mí contratar a un escribiente muerto de hambre como escudero? ¿Por qué te distancias tanto de mí?
––Para evitar una posible lluvia de tortas, señor…
––¿Me tienes miedo?
––Por supuesto que no, estimado Marqués, sólo que hombre precavido vale por dos.
—No te he autorizado a tanta confianza. ¿A qué viene lo de estimado?
—Por el afecto que le tengo.
—Yo elijo a quién regalarle mi afecto, y hasta ahora a ti no te lo he concedido. Continúas siendo un escudero a secas, sin afecto.
—Perdone su excelencia. El aprecio o afecto no se regala, es algo que se siente. El que usted no valore mis servicios no es impedimento para que su humilde escudero le tenga aprecio.
—Perdonado quedas y arrepentido estoy de traerte conmigo, porque ya me aburres. ¡Acércate de una vez! Vamos a buscar una buena jarra de vino. ¿Por qué nos mira la gente? ¿Cómo son tan osados de mirarme con tanta fijeza? ¿A que desenvaino la espada y no dejo a uno vivo?
—Tranquilícese vuestra merced, que no pasa nada. Es lo de todos los días, ya me he acostumbrado.
—Pues yo no, y no estoy para bromas…
—Sigamos nuestro camino y no nos fijemos en los demás, que siempre que lo hacemos salimos escardados.
—Está bien, escudero, vayamos de una vez en busca de ese vino.
Tan solo un par de minutos aguantaron en silencio.
––Dejémonos de pamplinas y entremos en esta posada. Además de beber vino quiero tocarle las nalgas a la mujer del posadero. Tú la distraes y yo le meto mano.
—A mí no me importa que usted manosee cada una de las dos porciones carnosas y redondeadas que constituyen el trasero de la bella esposa del posadero, siempre que me deje utilizar su arma blanca, larga, recta, aguda y cortante. Lo digo para defenderme, que las tortas siempre me caen a mí.
—¿Yo tengo eso? Joder, ahora comprendo por qué se ponen tan cachondas cuando me ven aparecer.
—Me refiero a su espada, señor. Su incultura cada vez es más apabullante.
—Nada, nada, para eso te pago, escudero, para que recibas las tortas. Y mi incultura es parte de mis riquezas, así que ni se te ocurra tocarla.

Una vez dentro, pudieron elegir mesa donde sentarse. Aún era de día y con el calor la gente esperaba hasta después del atardecer para salir de sus casas.
—¡Moza, tía buena! Una jarra de vino para el escudero de mierda que tengo sentado a mi lado y otra para este digno admirador de una belleza tan sublime como la tuya.
El camarero, con la cara descompuesta, descolgó el teléfono con toda rapidez:
—¿El psiquiátrico? De nuevo tengo aquí a esos dos locos… —dice en voz baja y temblorosa—. ¿Que lo sienten? A la próxima llamo a la policía, es la tercera vez en lo que va de mes que se escapan… ¡No, no son inofensivos! Sí, claro, hasta que se toman la botella de vino y se creen que son el Quijote y Sancho Panza y a mí me confunden con un molino de viento… ¿Hoy no están violentos? Pues el gordo me está mirando con unos ojillos que no me gustan nada. ¿Que ya vienen dos enfermeros para el bar? Que sea verdad, sólo están a cinco minutos y la última vez tardaron más de media hora.

—¿Sólo vino desean los señores? ¿Nada para rebajarlo un poquito?
––El agua para los animales. ––Le replica el escudero–– Más rapidez que estamos sedientos.
––Para esta calor tan bochornosa un refresco sería lo ideal… ––El camarero insiste para ganar tiempo.
—Obedece a mi escudero, buena moza, trae vino, que el marqués te va a enseñar lo que es una empuñadura grande y hermosa. Acércate sin miedo, acércate, que a mí me gustan las mujeres velludas, como tú.
—Yo diría, sin ánimo de ofender, que posee un gran y poblado mostacho en el labio superior —comentó indiferente el escudero.
—¿He pedido tu opinión? Cállate si no quieres que te ponga morado el ojo. Cuándo traiga el vino dejas caer algo a sus pies, que se vea obligada a agacharse, ¿comprendes?
—Pero señor…
—Limítate a obedecerme y no seas más rebelde.
—Señor, intento decirle que acaban de llegar dos individuos vestidos de blanco, con expresión de pocos amigos, portando en sus manos una camisa fuerte abierta por detrás, con mangas cerradas en los extremos.
—¿Me estás hablando de mis sastres?
—No precisamente, señor.
—Bueno, dejemos los placeres de la vida y atendamos a estos dos señores como se merecen. En otra ocasión cumpliré con esta bella moza.
—¡Bigotuda moza, diría yo!
—¡Qué pelma, Dios mío! Anda, vamos de una vez, que nos van a llevar gratis al hotel.
ANTONIO LAGARES CARBALLO
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“Antonio Lagares nace un 27 de marzo de 1956 en Utrera (Sevilla). Vive en Morón (Sevilla) hasta 1975 que trasladan a su padre a San Fernando (Cádiz). En la actualidad continúa viviendo allí. Entre 1975-80 realiza la carrera de Psicología en la Facultad de Ciencias de la Educación de Sevilla.  En esta época se inicia en la literatura. Comienza su vida laboral en la industria farmacéutica, lo que le impide desarrollar sus inquietudes literarias por falta de tiempo. A pesar de ello, en los ratos libres, se dedica a preparar material pensando en el futuro. En estos momentos está inmerso en proyectos literarios”.

Esperamos que algún día se anime a mostrarnos más trabajos suyos.


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