Había sido expulsado, echado, arrojado, despreciado.
Había caído del cielo, me habían reducido a la condición de un simple hombre, criaturas sucias, impuras y pecadoras. Aquellos seres despreciables a los cuales, Dios intenta proteger con toda su fuerza.
No perdonaré nunca más a ninguna alma humana, sin importar cual sea su pecado. Aquí, en la tierra, no veo más que impureza, seres sin completar que cometen errores, y piden perdón sin arrepentirse con sinceridad.
Dios… ¿Cómo permites que estos seres disfruten de tus obras a sus anchas, mientras ellos te ultrajan y blasfeman?
Había sido arrojado del cielo, y caí en a tierra.
Entre las cosas que los Ángeles sabemos hacer, es comprender todos los idiomas, los hábitos, las costumbre, en resumen, disponemos de conocimiento acerca toda la cultura humana sobre la vasta tierra. Cada cosa que sucede en ella, concierne a los Ángeles, y a falta de ser omnipresentes, somos capaces de observar y estudiar el mundo entero.
Cuantas veces lo habremos visto destruirse por culpa de la raza de los hombres, los seres más necios y egoístas que la habitan.
Como Ángel es mi deber guiar a las almas al cielo, pero a decir verdad, quienes trabajan en el purgatorio no saben distinguir ya entre las personas impuras y las puras.
Cuando la caída llego a su fin, me desplome sobre un suelo que no había imaginado nunca pisar, vi mis alas blancas tornarse negras y como mis plumas comenzaron a caer.
Dios… ¿No reparas en enviarme a mí a la tierra a morir, cuando otras de tus creaciones comenten pecados mas graves? Yo todo lo que he hecho ha sido para cumplir tu voluntad, mi Dios.
El lugar en el cual me hallaba constaba de la triste vista de un callejón oscuro y gris, y de una muchacha joven de pie junto a mí. Llevaba consigo unas bolsas, lo que delataba que había estado comprando, además de una expresión asombrosamente llena de temor. Temor de Dios… Que placer sentí a darme cuenta de que al menos alguien poseía aun ese hermoso don.
- ¿Eres un Ángel? - Inquirió. Sus ojos maravillados se posaban una y otra vez sobre mi, como intentando disipar las dudas que pasaban a toda velocidad por su limitada mente.
- He sido un Ángel… solo que he caído del cielo - Afirme –Soy un ser realmente desdichado, mi querida Lizzie.- Comenté, y me deleitó ver como el miedo tomaba consistencia en su delicada expresión. Me basto con verla para saber todo sobre ella. Un truco que todavía poseía pese a mi nueva condición.
- ¿Cómo sabes mi nombre? - Dijo retrocediendo, tal y como había planeado.
- Es mi deber, por que yo seré quien te conduzca al cielo - Conteste levantándome del suelo y mirándola de reojo.
Su hermoso rostro se lleno de una enorme congoja, y las lágrimas se agolparon sobre sus ojos, mientras yo sentía como su corazón se oprimía y agitaba con cada palabra que le decía.
- ¡No me lleves aun contigo! – Dijo mientras me abrazaba y gemía lastimeramente – Todavía tengo que cumplir con mi promesa.
El tacto de su tembloroso cuerpo contra el mío, me lleno de asco y desprecio. Tanta repulsión me causo, que de un simple golpe la aparte de mí y ella cayó sobre el suelo con su labio inferior partido en dos.
- No soy un dios de la muerte, jovencita – Exclame lleno de indignación, mientras me daba la vuelta para no verla. – Soy un Ángel caído. – Repetí mientras tomaba una de mis plumas negras y se la arrojaba sobre sus rodillas. – Contempla, esta es la condición a la que he sido reducido.
Anonadada por mis turbadoras palabras, Lizzie permaneció en silencio, sin saber que responder.
Miraba mi espalda surcada por las cicatrices de los latigazos que habían formado parte de mi castigo en el cielo, mientras las plumas oscuras se desprendían lentamente de mis alas llenando el callejón. Se deshacían por que mi poder para mantenerlas ya no estaba.
Ante esta situación, ella emanaba un aura de pureza que jamás había sentido en toda mi existencia milenaria. Una pureza que me tentó, al igual que la serpiente a Eva, para conducirme ligeramente hacia lo que en ese momento no imagine como un pecado.
Me acerqué a ella, y su cara quedó a apenas unos escasos centímetros de la mía. Sentí su aliento calido y a su vez como esa atracción se volvía más fuerte. La Lujuria me invadió.
- ¿Serías capaz de hacer algo por mi? – Pregunte- Ayúdame a regresar al cielo.
Se muy bien que Mentí para alcanzarla, que mi Egoísmo había sido mas fuerte que yo.
Pero era un humano… Son cosas que solo les pasan a ellos.
Lizzie asintió con sencillez, y sus trasparentes ojos revelaron ante mi una verdad irrefutable. Sentí pavor de mi cruel deseo, pero aun así lo lleve a cabo hasta el final.
- Entonces, quédate ahí.
Posé mis labios en los suyos, y mis brazos a su alrededor, tratando de contener todo su cuerpo con el mío. Mientras mis alas nos cubrían, un haz de luz surgió de ella y ambos nos fundimos en el otro.
Sentí una calidez y seguridad totales, además de una extraña sensación de estar finalmente completo. La Gula me invadió y quise más.
Me torné parte de ella para compartir su pureza con la mía.
Mis alas se despedazaron por completo y mis plumas se desvanecieron junto con la luz.
Nuevamente reino la oscuridad, y me desmayé.
Yo era un Ángel… había caído del cielo.
Me había convertido en humano.
Y había sentido por primera vez el amor sin comprenderlo.
MARÍA FLORENCIA SARAVIA
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Para los que no recuerdan a María os diré que ella nos escribe desde Argentina y tan sólo tiene 17 años. Aunque su escritura demuestra una gran madurez. “Mi madre me inspiró siempre a leer mucho, siendo ella profesora de lengua y literatura de la facultad y de un colegio secundario”. Le encanta escribir y le gustaría poder vivir de ello.
Su otro relato publicado en “365 días de cuentos” se titulaba “You hurt me”. Puedes usar el buscador para encontrarlo.
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