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10 de enero de 2011

71: "CRÓNICA DE LA IMAGINACIÓN -RECABARREN-"

En la víspera de la narración de esta historia, cuando aún resuenan en mi cabeza las palabras que dejo resbalar por la cornisa de la memoria, resulta difícil poder dar certeza a lo enigmático de la situación.
Yo se estimado lector que usted podrá representarse esta narración sin mayores inconvenientes, aún cuando las circunstancias, amalgamadas con la pérdida de algunas certidumbres que dan forma a la crónica, puedan llegar a exasperar la conciencia.
Permítame presentarles a los personajes que darán forma a este enredo, del cual uno es el protagonista principal sin querer serlo, -es el que será la figura-, y sus acompañantes, la polisemia que espero logre comprender.
Martín Recabarren vivió en Tapalqué durante su infancia y parte de su adultez. Era un chico flaco y desgarbado que sentía la presión de seguir los mismos pasos de su padre don Juan Manuel, herrero de profesión, quien todos los domingos a excepción de los del mes de marzo, asistía rigurosamente a la iglesia del pueblo junto a su esposa y madre de Recabarren, dora espinosa.
De la madre no puedo decir nada, dado que la lejanía de la historia ha borrado las circunstancias bajo las cuales falleció una noche de primavera, cuando el sopor del calor mezclado con una testaruda lluvia otoñal, la encontró en un sueño profundo al lado de don Juan Manuel en la habitación de la amplia casa que compartía la familia.
Recabarren tardó en asimilar la pérdida, pero luego de unos meses en los que sufría en silencio a hurtadillas de don Juan Manuel, logró reconciliar la paz con el espíritu de su madre difunta. Así de fácil, así de complejo.
 Mi padre que era peón en la herrería, solía interceder en las peleas que padre e hijo sostenían, por una culpa tal vez insanable.
Un día, como tantos otros, donde el trabajo no daba tregua para los mates amargos de media tarde, mi padre logró escuchar lo que Recabarren le había soltado a don Juan Manuel en el medio de una irritada conversación: "Sí, mama, que Dios la tenga en la gloria, te viera con esa puta de la ferretería, no dudaría en cortarte las pelotas¨.
 Al principio, mi padre no comprendió el significado de esas palabras cargadas de una cólera descomedida, pero luego de unas semanas todo le fue revelado.
Recabarren solía juntarse con un grupito de amigos en el bar de la vuelta. El trabajo de herrero, que de por sí era bastante pesado le quedaba grande. Entonces cuando la jornada terminaba, aprovechaba para ahogar en alcohol el cansancio y la pena.
Don Juan Manuel hacía lo propio. Guardaba en su lugar las herramientas, barría las virutas, y le pedía concienzudamente a mi padre que vigilara la fragua hasta que se apagara y luego partía sin un rumbo aparentemente fijo.
Marcelita, era la que atendía en la ferretería. Era una bella mujer de unos treinta años, flaca de ojos negros y de un pelo lacio tirando a castaño, pero que bajo los reflejos del sol, lo hacían virar a un rubio opaco, propio de las anilinas que utilizaba para colorearlo de tanto en cuando.
Cuando don Juan Manuel cruzaba la puerta del galpón, ella –según mi padre-, cerraba la cortinita de la vidriera que daba a la calle principal. Mi padre luego comenzó a sospechar que era un código secreto que ambos compartían para entender ¨el mejunje¨.
Recabarren se emborrachaba luego de varias rondas de vino tinto. No tomaba otra cosa. Una noche, cuando ya era demasiado tarde, el del bar lo tuvo que sacar a empujones; a lo cual Recabarren fuera de sí respondió con insultos, hasta que sus entrañas entraron en pánico y expulsaron todo aquello que había entrado. Marcelita, que volvía de quien sabe donde y que conocía a Recabarren, trató de apiadarse de él y se acercó para ver qué le sucedía. Cruzó la calle mientras su conciencia le decía que siguiera caminando, que tal vez si don Juan Manuel la viese, al otro día tendría que soportar los tormentos psicológicos a los cuales ella no estaba acostumbrada. Con un poco de miedo a ser en ascuas descubierta, se llegó a Recabarren y trató de darlo vuelta con la mano  puesta sobre el hombro de aquel indefenso borracho.
Pero como la buena suerte esta siempre del lado de las personas temerosas, Recabarren con la ayuda del espíritu de su madre -que según él siempre lo acompañaba-, logró incorporarse lentamente hasta que se arrodilló  sobre sí mismo en una suerte de recobro del conocimiento.
Aquí la memoria me falla y no quiero inventar lo que no se ni recuerdo, entonces le pido amigo lector que me ayude a reconstruir la coyuntura del relato.
Al otro día, que supongo era sábado, don Juan Manuel abrió la herrería como lo hacia día tras día, mi padre llegó  sobre el horario fijado, y Recabarren que debía visitar al cliente del almacén no llegó hasta que el reloj grasiento por el humo de la fragua dio  las doce.
-me duele mucho la cabeza y no se si voy a poder trabajar hoy.
-si te gusta la joda, aguántatela como verdadero hombre, no me vengas ahora con las taradeces de un machaco malcriado. Agarra la libretita y anda  sacarle las medidas a la reja del almacenero que te está esperando desde hace dos horas.
Recabarren entre disgustado y resacado, cumplió sin más la orden de su padre. Cuando salió por la puertita chica de la herrería -no se porque-, Marcelita que estaba limpiando la vereda de la ferretería lo vio e inmediatamente bajó la mirada, pero al ver que Recabarren la observaba con sus ojos marrones, ella comenzó a seguirlo con el rabillo del ojo hasta que desapareció en la esquina y dobló para encarar el almacén.
Mi padre cuando vio lo que sucedía, comenzó a precipitarse en conclusiones que luego le dieron la certeza de que Marcelita le gustaba a Recabarren.
Pensó para si, que la cosa iba a terminar mal, que cuando don Juan Manuel se enterase, seguramente tomaría una venganza descomedida. Que si por obra del destino aquellos dos tenían alguna revolcada, no tardaría en asesinar a alguno de los dos, ya fuese Marcelita, ya fuese Recabarren.
Marcelita había tenido un pasado no muy decente, mi padre que conocía a su madre y con la cual se había acostado cuando era joven, supo desde que ella era chica que le gustaba el cuero.
Y mi buen amigo lector, no se crea que precisamente el de vaca o el de asado. Todo lo contrario. A Marcelita le gustaba calentar pavas para luego tomarse todo el mate sola.
Mi padre, supo que había andado con el juez de paz, y que a pesar de que la madre no aprobaba la relación bajo ninguna circunstancia, -el era treinta años mayor-, Marcelita lo exprimió hasta dejarlo seco en lo de don Aurelio, la noche en la que  el impoluto le había prometido a su esposa que le  haría el elixir de la madriguera. – ¡ayúdeme amigo lector a comprender el significado de tamaña expresión!-.
Al cabo de un tiempo, Marcelita tuvo otros romances que no vale la pena mencionar porque no vale la pena recordarlos, por las razones mas obvias.
Cuando Recabarren volvió al cabo de una hora, Juan Manuel le dijo que se hiciera cargo de la herrería por un rato, que el tenia que salir.
-¿A dónde vas?
- a vos no te importa, ya soy grande para dar explicaciones.
Se sacó el fulgete de plomo y avanzando a paso decidido dejó el galpón.
Recabarren no pudo dejar de seguirlo con la vista, y cuando vio que entró en la ferretería, un escalofrío le recorrió la espalda para luego dar paso a un sudor  que lo tomo por sorpresa.
-a vos te parece este hijo de puta, se va a encamar con la puta esa mientras mi madre llora a mi lado.
Mi padre entendiendo el porqué del comentario, alcanzó a responderle que en esas circunstancias lo mejor que uno puede hacer es dejar que el tiempo obre por si mismo, que las calenturas pasan y el recuerdo es algo de lo que uno no puede desprenderse con facilidad.
Recabarren miró el piso, se mordió los labios y trató de seguir trabajando en la libretita con la reja del almacenero. Esa tarde estuvo inquieto, no paraba de dar vueltas por la herrería, trataba de calmarse martillando en el yunque y tal vez descargando la furia de la traición. Despacito comenzó a preparar las cosas para el mate, puso a calentar el agua, acomodó la yerba y le preguntó a mi padre si lo acompañaría con unos amargos.
Ante la complicidad del peón, comenzó por cebar unos mates que le recordaban los de su madre, los que le gustaba que le cebe mientras él acomodaba la leña para el horno o la cocina económica de la casa.
Después de un largo rato entre amargos, risas y chistes, don Juan Manuel entró por el portón grande con el pelo medio enmarañado y el cierre del pantalón a medio abrir.
-otra vez estuviste con la puta ¿no?
El otro no respondió nada, rumbeó para el bañito del galpón y se encerró en silencio.
La tarde llegó sin más anécdotas que contar y todos marcharon a sus quehaceres que eran pertinentes de llevar a cabo después del trabajo.
Don Juan Manuel encaró para la casa a prepararse algo de comer, mi padre llegó como siempre a las siete a casa y Recabarren se marchó para el bar a juntarse con sus amigotes.
A las diez, Recabarren estaba fresco, había tomado poco y después de charlar un rato con el del bar y con sus dos compinches, se levantó como un rayo de la silla y despidió a todos. Sus amigos se asombraron de que se fuera tan temprano. A las diez la cosa recién empezaba y aunque les pesara que Recabarren los abandonara sin ningún argumento convincente, lo saludaron y combinaron la rutina para el lunes, ya que el domingo cada uno pasaba el tiempo en casa con madres, hermanos y demás.
Amigo lector, aquí comienza la bifurcación del relato, la que le da forma y sentido a esta narración, preste atención al detalle menor, al que resuene en su cabeza, ya que la imagen que le represente, marcara la diferencia entre la elección correcta y la equivocada.
Recabarren salió del bar y enfiló hacia la ferretería. Marcelita vivía allí con su madre que era una anciana cabrona de cabo a rabo, el Alzheimer la había convertido en insoportable para la hija que tenía que cuidarla en la reverberación de aquellas desafortunadas circunstancias. La casa que las dos compartían estaba justo detrás de la ferretería, vivían solas, al amparo del espíritu santo sin ningún pariente en el pueblo ni en la provincia. Mi padre nunca supo de donde había llegado la madre de Marcelita cuando era joven. Siempre que alguien le preguntaba por sus progenitores esquivaba la conversación con inflexiones referentes a cualquier tema que la sacara del aprieto. Por lo tanto amigo lector, usted tendrá que perdonar este bache en el relato, claro esta, ajeno a mi voluntad.
Al llegar a la galería de madera de la ferretería, Recabarren pensó que el fin justificaba los medios, que en realidad todo era una confusa maraña de pensamientos y sentimientos, que al fin y al cabo todo aquello que acontecería de ahora en más, solamente seria producto de la humillación que había recibido por parte de su padre, en el que nunca confió, y en el que se representaban todos sus tormentos de cuando chico sobre las hazañas a espaldas de su madre.
-tal vez sea lo correcto, y entonces pueda ahogar este sufrimiento que me agobia hasta las vísceras.
Despacito golpeo el vidrio de la ferretería, ahí donde estaba la cortina que codificaba las hazañas amorosas de su padre. Pensó que Marcelita no saldría, que a esa hora no estaría convencida de hacer lo que debía hacer, y que en el caso de que así fuese, seria una completa locura de la cual no se olvidaría jamás, aunque su pasado prometiese lo contrario.
Por un instante se quedo inmóvil y pensó en volverse por donde había venido. Bajo la vista y asumió el rechazo de la que debía salir a recibirlo.
Una luz en el fondo del pasillito se encendió, entonces comprendió que todo era producto de su imaginación.
Cuando volvió en si, todo era de ensueño, aquella mujer que tanto había deseado era ahora el ahogo mas profundo del placer carnal que abrazaba con todas sus fuerzas, el éxtasis que había estado esperando tanto tiempo y del cual se había apoderado sin ninguna potestad su padre.
Se perdió en los intrincados caminos del pensamiento, se dejo llevar por el abismo de las caricias que resplandecían sobre la noche oscura y sumergían sobre su cuerpo el calor de ambos.
La tuvo en sus brazos, la acaricio, le beso el pelo, la frente, el pecho y sus partes mas intimas, hasta que se fundieron en un deleite sin igual, la beso y prometió amor eterno aunque todo estuviese por derrumbarse sobre ellos, en el momento en que todo terminase.
Todo aquello tomo forma en aquel instante donde se llega al extremo del pensamiento, en la culminación del acto.
Recabarren despertó de aquello que le había parecido hasta ese momento imposible, Marcelita había sido de el, había dejado la impronta del acto sexual en su cerebro, que aun se encontraba confundido por lo que había pasado. Marcelita era ahora el icono del cual no debía separarse jamás, la que lo acompañaría para siempre como el sabor del mate amargo de su madre difunta.
Se incorporó, se despabiló sobre aquella galería polvorienta que olía a humedad de lluvia, y con los ojos irritados por un llanto que era más bien amargura que otra cosa, se encaró para su casa a descansar de todo aquello.
Cuando Recabarren se acostó en su cama, pensó que tenia las mismas sabanas que la cama de Marcelita, que sin embargo también, la suya era más pequeña que en la que el se había revolcado con Marcelita. Pensó que ella ahora estaría sola y seguramente también pensando en el. Pensó y se recrimino para su pesar que la cobardía que lo acompañó en ese momento de reproducción lo acompañaría toda su vida, y que entonces jamás tendría la posibilidad de decirle a su amada la absoluta verdad de su conducta.
Entre lágrimas y sollozos recordó a su madre, se dio vuelta hacia su lado derecho y a los pocos minutos se durmió recordando el perfume del pelo castaño y los ojos celestes de Marcelita.
Al día siguiente, cuando el sol brillaba sobre la cúpula de la iglesia del pueblo, don Juan Manuel, Recabarren y algunos otros vecinos del pueblo entre los que se encontraba Marcelita, siguieron fielmente la misa del padre Horacio.
El lunes, todo había vuelto a la normalidad.
MARTÍN RAMOS
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Martín se ha convertido en un entusiasta de “365 días de cuentos”. Ésta es la tercera vez que participa en este emocionante reto.
Este profesor de lengua y literatura argentino tiene 37 años y un montón de títulos escritos (Analogía, Alrededor de ti, Encuentro, El beso esperado, El misterio de la vieja casona, Todo se reduce a la nada, Amigos del alma, La torre de Babel, Antíope –la verdad-, El final, Quién dijo que la cosa sería fácil, Crónica de una imaginación –Recabarren-, La salvación, Antíope, El baño de la oficina, Giro alrededor de ti, Herejía, Palabras perdidas, La divina compañía, Un día más, El bar de la avenida Rivadavia…).
“Actualmente me encuentro escribiendo una novela policial, pero me considero un cuentista, y de hecho, dentro del género narrativo es lo que más atrae mi atención.”

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