La luz de la farola se apagó en cuanto pasó por debajo. Eduardo se detuvo para mirarla. Tras el cristal lleno de mosquitos aún se podía ver un pequeño resplandor naranja.
Llevaba caminando un buen rato por las mismas calles de siempre, las que le llevaban a casa después del trabajo, y era la primera vez que se detenía en ese punto. Miró a su alrededor. No reconocía el asador de pollos que anunciaba la super oferta “pollo asado, patatas fritas y ensalada por 5,95€”, ni la peluquería “Venus” de la derecha. Ni siquiera había visto jamás las filigranas de forja que adornaban el banco que había justo debajo de la farola.
Eduardo suspiró tan hondo y tan fuerte que hasta se asustó. Bien parecía que se había liberado algo en su interior que llevaba mucho tiempo encerrado. Se sintió mejor. Entonces fue a sentarse a aquel banco recién descubierto. Miraría un rato su barrio como si fuera un turista. Apoyó su maletín en el suelo. Era un maletín negro precioso que le había regalado su mujer para celebrar su ascenso en una importante compañía de seguros. Ahora ya no estaba tan nuevo y las marcas del desgaste hacían mella por los bordes y en el asa. Su aspecto era deplorable y no correspondía para nada al estatus laboral de su dueño. “¿Cuánto tiempo hará que ha dejado de ser nuevo?” Pensó Eduardo.
Estaba contento, había descubierto una especie de gárgola en un lo alto del edificio de enfrente.
“Mañana me compraré otro maletín”, decidió.
La farola parpadeó un momento queriendo encenderse de nuevo. Eduardo tenía una extraña sensación en la boca del estómago. Había llegado hasta esa farola sin recordar sus pasos. Toda su vida hasta ese momento le parecía un sueño del que acababa de despertarse. Un montón de imágenes borrosas se agolpaban en su mente sin seguir ningún orden. Imágenes difusas y en blanco y negro, radiografías de su alma.
Una señora regordeta, con la cabeza llena de rulos y vestida con un mandil de cuadritos azules, se agachaba para pellizcarle la mejilla. ¿Qué quieres ser de mayor, chiquillo?
Eduardo se zafaba del pellizco y respondía hinchando el pecho. ¡Pirata! Un coro de risas hizo que Eduardo se enojara. ¿Qué había de malo en ser pirata? Surcaría los mares en busca de aventuras, y viviría en una isla muy lejana en la que siempre haría sol. Los mayores no entendían nada. Nunca lo hacían.
Su dedo recorría una espalda desnuda dibujando letras. T-E-Q-U-I-E-R-O. Nunca se lo había dicho a nadie y de esta manera le daba menos vergüenza. La chica se dio la vuelta y le sonrió. Era Marisa, la que luego se convertiría en su mujer. Su rostro era muy joven. Y sus ojos reflejaban la frescura y vitalidad propios de su edad. “Llévame contigo” le pidió. “En tu barco. Vayamos a descubrir el mundo juntos”. Eduardo entonces la besó. Nunca se había sentido tan feliz. Reunirían el dinero para comprar un barco y se irían juntos. La felicidad entonces sería mayor. Estaban tan emocionados planeando el resto de su existencia.
El Eduardo que estaba sentado en un banco bajo la farola fundida se sorprendió de poder evocar con toda claridad y colorido aquella proyección de su futuro ideal. Un barco de velas blancas surcando un mar en calma con la luz anaranjada del anochecer a contraluz en el horizonte. El pelo de Marisa ondeando al viento mientras manejaba el timón. Un par de pequeños grumetes saliendo del camarote a toda prisa en busca de sus cañas de pescar. El sabor de la mar a cada bocanada de aire que respiraba.
Un hombre engominado y exquisitamente vestido de Emidio Tuchi le ofrecía su mano. Eduardo se la estrechó con ímpetu. El director general en persona se había querido acercar para comunicarle la noticia. “Tienes mucho que ofrecer, Eduardo. Estoy seguro de que tu carrera con nosotros va a llegar muy lejos. Te felicito por tu ascenso.” No podía esperar para llegar a casa. Cogió el teléfono y marcó el número de Marisa. “Lo he conseguido, cariño, por fin. Elige tú el restaurante. Y que sea de los que sólo cogen reserva.” Las vocecitas de alegría de sus hijos sonaron de fondo, celebrándolo.
El espejo le devolvía su propia imagen mientras se hacía el nudo de la corbata. Era la imagen de un hombre de color gris, con la ted pálida y la mirada vacía. Se atusó un poco el pelo de las sienes. ¿Cuándo le habían salido tantas canas? En el espejo también se reflejaba una acuarela del barco de sus sueños que él mismo había pintado y que había colgado en su habitación. Todos los días, cuando se despertara, quería ver ese cuadro. De esta manera no le costaría tanto levantarse para ir a trabajar porque se recordaría a sí mismo que tenía una meta, un sueño que cumplir. Entonces, sería feliz.
La farola parpadeó un momento. Esta vez consiguió mantener una pálida luz durante unos segundos. A Eduardo le sobrevino un pequeño pinchazo a la altura del corazón. Una pequeña descarga de adrenalina. Como aquellos que están a punto de morir, Eduardo había visto pasar su propia vida por delante de sus ojos. Ya no tenía veinte años. Ni treinta. Y sin embargo un solo segundo le bastó para resumir tantos años. Sintió lástima por él mismo. Qué triste. Qué patético. Llevaba toda una vida soñando con su propia vida. Más que lástima se sentía enojado consigo mismo, furioso, impotente.
¿Cuándo había llegado el momento de dejar de planear su vida y comenzar a vivirla de verdad? ¿Cuánto más habría de pasar para conseguirlo? Ya tenía trabajo, dinero, ya se había casado y ya tenía dos pequeños grumetes navegando por tierra firme.
¿A qué esperar?
Sacó el teléfono del maletín para llamar a Marisa. La voz le tembló de la emoción.
-Cariño… he dejado el trabajo. -Marisa enmudeció al otro lado de la línea- Nos vamos, Marisa. Nos vamos a navegar.
-Pero… Eduardo… te has vuelto loco. ¿Ha pasado algo? ¿Y qué pasa con el colegio de los niños? ¿y la hipoteca? ¿y…y…?
Eduardo notaba enormes lagrimones rodando por sus mejillas.
- Vente conmigo, Marisa. Vayamos a descubrir el mundo juntos. Seremos los dueños de nuestra vida.
Al otro lado del teléfono Marisa se contenía las ganas de llorar.
-Eduardo – Le susurró – Te amo.
Sobre la cabeza de Eduardo se proyectó una cálida luz anaranjada que poco a poco fue cobrando más fuerza. La farola se había vuelto a encender.
Ana Busto Campo
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¡Bienvenidos a 365 días de cuentos!
Inauguramos el reto con este cuento que he escrito yo misma. Espero que no seais muy crueles en vuestro veredicto. Quería haceros un regalo muy especial y qué mejor que inaugurar el día 1 con una pequeña muestra de mí misma. Ya va siendo hora de presentarme.
"El turista" es un pequeño reflejo de mi proyecto editorial. Un resumen de lo que significa Ediciones Cuélebre en mi vida.
Esta soy yo |
Trabajo en una empresa que me permite tener un hogar y una familia, pagar mis impuestos y la gasolina del coche. Me gusta porque tengo unos compañeros geniales a los que no cambiaria por nada del mundo y porque pertenece a un sector en contínua adaptación.
Pero mi sueño era la literatura. Y como Eduardo, he soñado más la literatura de lo que la he podido vivir. Llegado este punto en el que uno se conoce a sí mismo bastante bien, me he dado cuenta de que no tego la tenacidad suficiente para convertirme en escritora. Todo lo que empezaba lo abandonaba a las pocas páginas poque no me parecía suficientemente bueno.
Así que, por qué no editar a los que realmente sí tienen cualidades y están escondidos en la sombra. Ecritores con talento que, como yo, sueñan ver impresas sus propias palabras.
Y en eso estoy. Intentando hacer realidad mi pequeño sueño antes de que los años me quiten las ganas.
Saludos a todos y bienvenidos!
Enhorabuena, Ana por hacer en la vida lo que te gusta. Mucha suerte con tu proyecto. Verá como los 365 días dan para años y años de relatos. Un besazo. Nuria
ResponderEliminarGracias Nuria.
ResponderEliminarEstoy segura que con apoyos como el tuyo va a ser una experiencia inolvidable.
Muchos besos.
Que siempre creemos la oportunidad del cambio
ResponderEliminar.Gracias por acercárnoslo
Hola.
ResponderEliminarEn primer lugar mi más sincera y entusiasta felicitación a un ser como tu.
Capaz de crear y hacer realidad un proyecto tan hermoso y tan importante.
Creo (si no he entendido mal) que vivimos en la misma y hermosa ciudad. Es decir, Gijón.
Si es así será un placer invitarte a los eventos que organice nuestra recien nacida asociación poética "Versos libres" así como aquellos otros que organizo a nivel individual.
Sería estupendo compartirlos con alguien que avanza en la dirección en la que tu lo haces.
Te invito a visitar mi blog: lluviadeversos.blogspot.com
Un abrazo y un beso de luz.
Namasté.
Armando Vega.
Precioso relato!!!!!!!!!!! Me encantó... Tienes una imaginación tremenda...
ResponderEliminarMuchas gracias, Armando por tu apoyo. Estoy encantada de conocer de tener la oportunidad de conocer a gente tan interesante tan cerquita de mi casa.
ResponderEliminarNos veremos pronto.