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21 de noviembre de 2010

21: "DOCE OCHENTA"

La noche había caído de golpe sobre aquel mar caribeño. Mar y Javier tenían que regresar al hotel y se habían quedado solos. Mañana volverían a casa y le habían dedicado el día entero a comprar regalos para todo el mundo. Ya no les quedaban en el bolsillo más que unas pocas monedas y estaban extenuados.
-No me fío de cojer el autobús, Javier, con todo lo que nos han contado los guías de las excursiones. Los lugareños deben de ir todos armados.
-¿Cojemos un taxi entonces, mi amor? - Los recién casados se miran con ternura y se besan.
-Es una idea estupenda. Vamonos allí hay una parada.

En la parada de los taxis, un montón de conductores bajitos y muy morenos charlan animadamente apoyados en sus vehículos. Cuando ven a la pareja acercarse, se cuadran complacientes.
-¿Al Caracol, señores? - Uno de ellos les abre la puerta servicial señalando a las pulseras del todo incluido.
Mar y Javier asienten aliviados. Nunca se acostumbrarán al dominio que tienen los lugareños de los turistas. Sólo con mirarles ya saben que son españoles. Y éste hombre sólo con ver su pulsera ya sabe en qué hotel se alojan.
-Será por lo colores - Le susurra Javier a Mar.
Se acomodan en el asiento trasero y se relajan. En unos minutos estarán remojando sus pies doloridos en el agua del jacuzzi.
El conductor maniobra a mucha velocidad por calles rodeadas de enormes y lujosos resorts. Todo se ve muy bonito. De repente el taxi se para frente a uno de ellos.
-Caracol, señores.
Los pasajeros miran a su alrededor.
-Este no es. El nuestro es Caracol Beach y este es Caracol Caribe.
Javier hecha mano inconscientemente a su cartera. La carrera les va a subir un poco más y están un poco justos de dinero. "Igual nos acepta los euros", piensa.

El taxista les mira con cara de pocos amigo y sin decir nada se da la vuelta y comienza de nuevo la marcha. Si antes conducía con brusquedad ahora lo hace de manera temeraria.
Mar y Javier comienzan a apretarse las manos. Ya se habían dado cuenta de que en aquel lugar no respetaban ni carriles ni sentidos, y que adelantaban por la derecha y por la izquierda, igual daba. Y este taxista había perdido las formas de "buen" conductor. El coche volaba por calles cada vez más oscuras, por entre edificios más destartalados, por entre personas de aspecto taciturno que les miraban torcido cuando pasaban. Vieron un semáforo en rojo, y a su lado una triste terraza con un par de personas disfrutando de una bebida. El taxista no frenó, siguió acelerando. Mar y Javier comenzaron a sentirse aterrados. Iban a chocar contra el coche de enfrente. En un quiebro imprevisto, invadieron con rapidez la acera en dirección a la terraza. Era casi peor. Atropellarían a aquellas personas. El taxi dió otro quiebro y recuperó el carril por delante de los coches parados y del semáforo.
-De esta no salimos - Mar se lo dijo a su marido sin hablar, sólo con los ojos. No se atrevía ni a moverse. El taxista parecía muy contrariado. Por su cabeza pasaban cosas terribles que aquel hombre y sus compinches les haría, turistas incautos. Les robarían, la violarían, les matarían allí mismo y nadie encontraría sus cadáveres. Al fin y al cabo, hasta un crío de 15 años llevaría pistola por allí.

En un momento dado salieron a una carretera que ellos conocían, dejando atrás chabolas y pobreza y volviendo otra vez a rodearse de hoteles lujosos. El matrimonio comenzó a respirar aliviado. Por fin entraron en su hotel y se bajaron. Un botones corrió a cojerle la matrícula al coche y el taxista le cobró una tarifara zonable. Luego, sin mediar palabra salió disparado de nuevo echando un montón de humo blanco por el tubo de escape.
-¿Cuánto les han cobrado, señores?
-100.
-Es correcto, bienvenidos de nuevo.

Fué la experiencia más terrorífica que habían vivido en sus cortas vidas. Mejor no salir del resort, mejor no intentar conocer mejor un pais como aquel, tan diferente del suyo, tan desconocido al suyo. Mejor hacer caso de los consejos de la agencia y contratar a golpe de talón todas las actividades y excursiones.
Ramon Arango
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Ramon Arango es un joven tinerfeño de 24 años.Apasionado del surf y de los viajes,nos hace gala de su talento con este hermoso relato.

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