Érase una vez un osito blanco llamado Pipo. Su casa era una cueva enorme en donde siempre encontraba un lugar donde esconderse cuando jugaba con su hermanita Cleo.
-1…2…3…4…- contaba Cleo, y Pipo corría detrás de alguna piedra.
Un día Pipo se acercó tanto a la salida de la cueva que pudo ver un montón de nieve en el suelo. Se acercó y la tocó con su patita. ¡La nieve estaba helada!
-Pipo – Le regañó su mamá – Ya sabes que no quiero que salgas a la calle. Aún está muy frío y te puedes constipar.
Pipo se alejó a regañadientes porque tenía muchas ganas de jugar fuera de la cueva.
Por la noche, Cleo y Mamá Osa se acostaron muy pronto y, en seguida, se quedaron dormidas. Pero Pipo no podía dormir, quería salir fuera de la cueva.
-Bueno – pensó – no pasará nada si me asomo un poquito al borde.
Intentando no despertar a Mamá Osa ni a su hermanita, Pipo se deslizó en silencio hasta el borde de la cueva. Asomó el hocico lo justo para oler el agradable aroma del invierno. Ummm, que rico huele.
-Bueno - pensó – no pasará nada si pongo una patita en la nieve.
Pipo dió un paso adelante.
-Bueno – pensó - no pasará nada si pongo mi otra patita en la nieve.
Pipo sacó su otra patita a la calle. La nieve caía en silencio sobre su hocico. A Pipo le entraron muchas ganas de probarla. Miró a su mamá que seguía durmiendo y pensó.
-Bueno, no pasará nada si salgo a la calle a jugar un rato.
Y Pipo, desobedeciendo las órdenes de Mamá Osa, salió a la calle y se puso a correr y a comer tanta nieve como le entraba en la boca.
Jugar en la nieve era mucho más divertido que jugar al escondite dentro de la cueva. Pipo hizo ositos de nieve, se tiró por toboganes helados y le tiró bolas de nieve a los árboles.
Pronto se sintió muy cansado. La noche se había vuelto más oscura aún y le empezaba a entrar mucho frío. Sus patitas se estaban tornando de un color azulado.
-Ya va siendo hora de volver a casa – Se dijo el osito.
Miró alrededor pero no encontró la entrada de la cueva. Sólo podía ver nieve por todos lados. Pipo empezó a tener mucho miedo y corrió en todas direcciones buscando su casa.
- ¡Mamá!, ¡Cleo! – gritó con todas sus fuerzas. Pero lo único que oyó era su propia voz rebotando en alguna montaña.
Encontró un tronco hueco en el que refugiarse. Era muy pequeño y casi no cabía pero se metió en él.
Pipo empezó a llorar. Pensaba en su cueva, tan calentita y tan cómoda.
-Nunca debí haber salido a la calle.
-¡Piiiiipooooo! - Oyó que lo llamaban. ¡Era Mamá Osa!
-Mamá estoy aquí.
Pipo corrió hasta su madre y la abrazó con todas sus fuerzas.
-Mamá, nunca nunca jamás volveré a desobedecerte. A partir de ahora voy a ser un osito bueno y obediente.
A lo que Mamá Osa respondió con un sonoro y fuerte:
-Aaaachís!
Sonia López Berenguer
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Sonia López Berenguer es una estudiante barcelonesa de Educación Infantil a la que le apasionan los niños, tal y como podemos comprobar con este cuento. Le encantan los libros para peques de hojas gorditas con ilustraciones de colores muy vivos y sueña con ver unos de sus cuentos impreso en uno de ellos.
Viva Pipo el osín por tener osa-día aún a pesar de los peligros que le acechan y la mamá osa eso SI, atenta a su evolución y educación.
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