—Pero, ¿a ti qué te pasó? —me preguntó— ¿Lo sabes? ¿Cómo llegaste aquí? Porque yo no tengo ni idea.
—No —respondí impaciente—, ni siquiera sé dónde o qué es aquí.
Pensé que él, o ella, estaba más confundido que yo, lo que ya me parecía difícil, tomando en cuenta mi situación: yo sólo podía pensar en el odio hacia Carla, en su culpa. La rabia me inundaba. Ella era la causante de todo. Estaba seguro.
—¿Culpable de qué? ¿Qué es lo último normal que recuerdas? —insistió aquella voz a mi lado.
—¿Normal? —en ese momento me di cuenta de que había algo irregular en la situación, que yo no había hecho consciente. Claro, tanta blancura a mi alrededor, esa especie de niebla, tenía que haberme hecho sospechar que algo no iba bien. ¿Y Carla tenía algo que ver con esto?
Él me escuchó. Pudo oír mis pensamientos, o leerlos en mi cara. Fue entonces cuando intenté mirar la suya, y me di cuenta de que percibía su presencia como si estuviese dentro de mí. Podía sentirle, incluso oírle, pero no tocarle. ¿Estaba ahí? Pero, ¿dónde estaba? ¿Quién estaba? Un segundo después estaba fuera de mí, mirándome a los ojos, con un interrogante pintado en cada pupila. Algo no encajaba.
—Lo último normal —respondí haciendo un esfuerzo por destapar la memoria—, pues, venía discutiendo con Carla, mi mujer, ya sabes, discutiendo porque… bueno, por cosas —corté en seco la confesión. Podía detener las palabras, pero no las imágenes que a borbotones brotaban de mi mente.
Mis manos al volante. El asfalto frente a mis ojos. La voz de Carla. La línea blanca en el negro asfalto. Sus lágrimas. La mías. Los árboles girando a los lados. El pedal del acelerador temblando bajo mi suela, mi pierna tensa empujando al pie. Como una avalancha llegó a mi memoria: todo. Su confesión, mi dolor, nuestra tristeza. La humillación, la incontenible furia apoderándose de mi ser, consumiéndome como el fuego abrasa el papel.
—Todo pasó muy rápido —pensaba en voz alta—, y ahora lo siento de otra forma, es un dolor sordo. Tal vez ya ni me duele.
—Aquí ya no te va a doler más —me contestó con una sonrisa que imaginé en sus labios. Entonces pude verle, comprendí y, tras un suspiro, le solté:
—Así que esto era todo —observaba con nuevos ojos la niebla eterna—. ¿No hay nada más?
—No —me dijo tranquilo—, no hay más allá.
—Si lo hubiese sabido antes —le aseguré—, me habría ahorrado tanta iglesia y tanta rezadera.
Belisa Bartra
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"Vivo en Barcelona, y aunque de origen catalán, soy venezolana, mexicana… nacida en Inglaterra. Participo en un proyecto de difusión de microliteratura, escribo en mi blog personal y me cuento mis propios cuentos. Desde siempre imagino historias, me invento el mundo a cada paso y, cuando aprendí a hacerlo, también comencé a reescribirlo.
Creo que es inútil hacer una descripción de mí misma, dado que vivo en constante reescritura y no puedo parar de imaginarme. Acaso el cambio me define."
Creo que es inútil hacer una descripción de mí misma, dado que vivo en constante reescritura y no puedo parar de imaginarme. Acaso el cambio me define."
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A nosotros nos ha encantado su aportacion. Estábamos a punto de no superar el reto y de repente apareció Belisa. Se ha convertido en nuestro ángel de la guarda.
Muchas gracias Belisa.
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