La niña llevaba un rato diciendo “mírame papá” y “mira lo que hago” y la verdad es que ya estaba hasta la polla de interrumpir mi declaración trimestral para ver lo que hacía, porque perdía el hilo y volver a tomarlo me costaba un rato. Me estaba volviendo loco y Marisa no aparecía de una puta vez. Yo lo que no entiendo es por qué coño no pagamos una gestoría, con el montón de mierda que hay que deducir en un kiosko. De pronto caí en la cuenta de que ya no se oía su vocecita e inmediatamente supe lo que había ocurrido. Me asomé al balcón y 13 pisos más abajo estaba la pequeña manchita amarilla de su vestido sobre la acera y la mancha roja de sangre que dibujaba algo con una forma que me resultó vagamente familiar. Nunca me han gustado los niños y en ese momento comprendí que mi hija también era una niña y tampoco me gustaba y, aunque no le deseaba ningún mal, lo que acababa de ocurrir me allanaba cuarenta o cincuenta caminos que hacía tiempo barajaba la posibilidad de tomar. Me quedé mirando para esperar a que la quitaran de ahí y poder ver claramente la mancha roja (confiaba en que no la pisaran demasiado) y saber a qué se parecía. Si bajaba corriendo seguro que ya no podría volver a subir y me quedaría sin saber qué era lo que la sangre había dibujado, así que esperé un poco, pero no hizo falta que quitaran el cuerpo porque de repente lo vi claro: era como una especie de Mickey Mouse con los brazos y las piernas un poco más grandes. Era como si la niña se hubiera caído encima del ratón Mickey. Con las nubes me pasa igual y me da mucha rabia que se deshagan o se deformen antes de que haya asociado sus formas con algo conocido.
Un par de meses más tarde yo no había seguido ninguno de los caminos allanados y mi Marisa se comportaba como una tarada. Veréis lo que hizo: Me dio uno de los auriculares de su móvil y me dijo que lo pusiera en mi oreja izquierda mientras ella tenía el suyo en la derecha. Sonaba algo de Bach. Me pidió que pegara mi oreja derecha a la suya izquierda. Yo accedí de mala gana porque al fín y al cabo se le había muerto una hija.
- ¿Puedes escuchar la música de mi auricular a través de tu oreja pegada a la mía?- me dijo.
- ¿Puedes escuchar tú la música de mi auricular?- respondí.
Tiró el móvil y los auriculares a tomar por el culo contra la pared. Unas horas mas tarde estaba otra vez mirando como una subnormal desde el balcón por el que se cayó la niña. Con aquellas zapatillas de zarpa de oso y la bata con pelotillas parecía una tarada. A mí me gustaba mi Marisa y no me apetecía verla en ese estado.
- La niña dejó una mancha de sangre que se parecía al ratón Mickey-, le dije.
- ¿Qué..?
En ese momento agarré sus tobillos y tire de ellos con fuerza hacia arriba.
Trece pisos más abajo la sangre empezó a dibujar como una especie de jirafa pero con orejas de burro, bajo el cuerpo chiquitito de Marisa.
Javi Guerrero
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Javi Guerrero ilustra sus propios relatos con un estilo muy personal. Peluquero de caballeros en sus ratos libres lleva creando y editando en su blog "Como los sapos ciegos", revista más o menos quincenal, desde hace ya 45 números. Recientemente se ha aventurado a publicarlos en papel. Si os dais prisa aún os podéis hacer con el segundo número. Los que compren por correo tienen premio.
Os dejo las direcciones de sus blogs:
por qué Marisa se entregó así? En la oscuridad se perdió...
ResponderEliminarA mi me parece que Marisa era una débil mental y el narrador un psicópata.
ResponderEliminarLos diagnósticos me sorprenden todavía....
ResponderEliminarQue la verdad no es lo evidente sino su mitad.
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