Yo era una chica como cualquier otra, hasta que me arrebataron lo más preciado para mí.
Todo comenzó una tarde de primavera, cuando Felipe, el hijo del dueño de la siembra, pasó a mi lado con su caballo. Yo era nueva en el pequeño pueblo de Montebuey, me había mudado hacía poco por problemas económicos. Haber dejado atrás la ciudad, mis amigas, mi escuela y todo lo conocido fue difícil. Al principio, había protestado como nunca, había lloriqueado hasta que mis ojos se secaron, pero no hubo vuelta atrás, la decisión estaba tomada por parte de mis padres.
Felipe fue el único que me ayudó a integrarme a la vida de campo; él me enseñó a montar, a sembrar, a recoger la cosecha y a guiar a las ovejas. El me mostró más allá de lo que se puede ver en un televisor, o escuchar en un Mp3. Me hacía recostar en el pasto para oír el susurro de las flores y para encontrar formas en las nubes. Poco a poco, me di cuenta que aquel muchacho de ojos verdes y cabello castaño claro, había dejado de ser algo más que un amigo para mí.
Mi padre, trabajaba para el suyo, y al ver mi proximidad con el hijo de su jefe, automáticamente, buscó formas de sacar provecho de eso. Empezó a comportarse de manera diferente conmigo en lo que respecta a chicos; me dejaba estar todo el día con él, siempre me llevaba a visitarlo, y cuando pasaba más de doce horas sin verlo, me preguntaba por qué no iba a su casa. Claro, de todo esto yo no me había dado cuenta hasta después de aquel episodio horrible, y hasta disfrutaba de lo que pasaba.
Un día, Felipe me vino a buscar a mi casa y me propuso salir a montar.
-¿A dónde vamos?- le pregunté al darme cuenta que nos estábamos alejando bastante del pueblo.
-Ya lo vas a ver…- me dijo, dedicándome una sonrisa pícara, de las que más me gustan. Yo sólo atiné a hacer un asentimiento con la cabeza.
No sé cuánto habremos cabalgado hasta llegar a ese lugar; lo único que sé, es que nunca había visto nada similar. Haciendo a un lado las ramas de unos árboles muy tupidos, Felipe dejó al descubierto un paraíso inigualable. Un pequeño arroyo cruzaba un prado lleno de flores silvestres y mariposas. El sol alumbraba el agua, haciendo que pareciera hecha de diamantes.
Él se sentó cerca del arroyo y sus ojos quedaron iluminados por su reflejo. Yo me quedé sin aliento por un momento, hasta que me hizo señas para que me sentara a su lado. Mi respiración, era entrecortada; estaba muy nerviosa. Tenía miedo de perder la compostura, porque, a pesar de que mi apariencia era serena y un poco seria, por dentro me moría de ganas de besarlo.
-¿Crees en el amor?- me preguntó, mirando el agua correr frente a él. Casi me desmayo al oír esa pregunta, ya que me di cuenta por dónde iba.
-Sí, creo que hay solo un amor verdadero- le respondí. Mi corazón palpitaba más rápido que el de un colibrí.
-Pero… ¿crees que a esta edad es posible enamorarse profundamente?- dijo, y giró la cabeza para mirarme a los ojos. Yo no pude contestar al instante, sus ojos me hipnotizaban, me deslumbraban.
-Para el amor no hay edad- dije, bajando la mirada para poder pensar con claridad. El colocó un dedo debajo de mi mentón y levantó mi rostro, haciendo la pregunta que más deseaba, pero al mismo tiempo, la que más me asustaba.
-¿Me amas?- No pude contestar con palabras, pero hubo un acto que resumía todo lo que sentía. Me acerqué a él con un movimiento rápido y corto, y luego, mis labios encontraron los suyos en un beso apasionado, que parecía interminable. Desde ese día, Felipe me presentaba a todos como su novia. Me sentía feliz, más que nunca en la vida. Él me amaba, era más de lo que podía pedir.
Cuando le conté a mi padre, parecía que iba a saltar en un pie, aunque trató de disimularlo, sin mucho éxito. De repente, lo ascendieron con un sueldo más que mejor y todos lo llamaban jefe o patrón. Y yo festejé con él, sin saber que lo que realmente hacía era usarme. En poco tiempo, mi padre se volvió una persona fría y rígida, pero cuando hablaba con Felipe, era totalmente diferente. Ahí fue cuando empecé a sospechar, pero no le dije a nadie por miedo a equivocarme. Qué tonta fui; si hubiera buscado ayuda, no hubiera pasado lo que pasó.
Un día, Felipe y yo estábamos en nuestro paraíso secreto. Él me notaba preocupada, así que me preguntó:
-¿Qué pasa?
-Tengo un problema…
-¿Me querés contar?- dijo, tomándome la mano para darme ánimos. Yo lo pensé un rato, pero al final accedí.
-Es mi padre, está raro… está todo el día encerrado en su oficina trabajando, y muchas veces lo escucho salir a la noche en su auto. Para mí que anda en algo raro…-
Él me escuchó con atención, y cuando terminé, me abrazó y me dijo:
-Te propongo algo, cuando no esté, nos metemos en su oficina y vemos si está trabajando en algún proyecto raro… así no vas a estar dudando de él todo el tiempo.
-¡No! ¡Es peligroso!
-¡Vamos! ¿Qué es lo peor que puede pasar?- me dijo, mirándome a los ojos y yo acepté, hipnotizada. Qué tonta, debería haber seguido a la razón y no dejarme llevar por esos ojos verdes.
Esa noche, mi padre estaba en una conferencia y mi madre estaba con él. Felipe llegó a las ocho, como habíamos acordado, mostrando una sonrisa pícara parecida a la de un niño que está por hacer una travesura. Nos dirigimos a la oficina, pero la puerta estaba cerrada con llave. Felipe, sacando una ganzúa de su bolsillo, la abrió.
-No sé si lo que estamos haciendo está bien…- le dije, mientras empezábamos a revisar los cajones.
-Bueno, en realidad, no lo está. Pero es divertido un poco de aventura ¿no?
Yo asentí con la cabeza, aunque no estaba totalmente convencida. Mientras hurgaba en uno de los cajones, encontré un papel que me llamó la atención. Era una lista de venta, y los nombres de los productos eran extraños, hasta que leí uno que sí entendía.
-Felipe, mirá esto- le dije. Él se acercó y leyó el papel, una, dos, tres veces, y de esa lista sacó una conclusión:
-Armas…
-¿Qué?
-Tu papá vende armas ilegalmente- me dijo muy seriamente. Yo al principio no comprendí, me quedé como atontada.
De repente, se escuchó el motor de un auto. Era mi padre, que llegaba a casa.
-¡Vamos!- me dijo, pero yo todavía no reaccionaba, por lo que me tomó de la mano y tiró de mí hasta la puerta; pero era tarde, demasiado tarde…
-¿Qué hacen aquí?- preguntó mi padre, pasando su mirada de nosotros, al papel que yo todavía tenía en la mano, y de nuevo a nosotros.
-Hija, ¿qué tienes ahí?
En ese momento fue cuando reaccioné, y me di cuenta del peligro por el que estábamos pasando. Inútilmente intenté esconder la lista detrás de mí, pero mi padre fue más rápido y me la arrebató.
-¿Qué hacen con esto?- preguntó en un tono amenazador, mientras se acercaba paso a paso. Pero Felipe fue más rápido. Con nuestras manos aún entrelazadas, salió corriendo hacia la puerta, tirando de mí. Mi madre, observaba la escena horrorizada desde el living. Mi padre tomó algo de su escritorio y empezó a seguirnos, pero nosotros éramos más rápidos. Salimos de la casa, hacia el bosque que rodeaba nuestro paraíso, y nos internamos en él.
No sé cuánto habremos corrido, pero lo que sí sabíamos es que estábamos perdidos, y en plena noche iba a ser difícil encontrar el camino de regreso. Aunque eso no fue suficiente para que él no nos encontrara. Un grito se escuchó de entre los árboles:
-¡Hija! ¡Vení para acá!
-¡Felipe, nos encontró! ¡Qué vamos a hacer!-le dije.
-Quedate tranquila, yo no voy a dejar que nada te pase.
-No me preocupo por mí.
En ese momento, de entre los árboles, apareció la figura de mi padre. Felipe se colocó delante de mí, protegiéndome con su cuerpo.
-¡Qué escena tan conmovedora!- dijo mi padre en tono burlón, y hasta me pareció que estaba loco. En su mano tenia algo que no alcanzaba a ver por la oscuridad.
-Déjenos ir, no le diremos a nadie sobre lo que hace- le dijo Felipe, desafiándolo con la mirada. Mi padre empezó a reír y dijo:
-Tu papito me pidió que no te enteraras del negocio, que vos no eras como él, y que ibas a ser capaz de contarle a la policía. Me dijo que si vos llegabas a saber algo, a mí me mataba, así que prefiero que mueras vos y lo hago pasar como un suicidio…
-¡No!- grité yo. Felipe me puso una mano en la boca y dijo
-¿Mi padre está implicado en todo esto?
-Lamentablemente, te tengo que decir que tu padre no es la persona que vos pensás que es -dijo con una sonrisa maníaca en la boca- Trafica armas, él es el jefe, yo sólo llevo la mercancía. Pero basta de charla, voy a hacer lo que tengo que hacer…
En ese momento, la mano de mi padre quedó iluminada por la luz de la luna y pude ver que lo que llevaba era un revólver. Sin pensarlo dos veces, me abalancé contra él, tratando de arrebatarle la pistola. Felipe intentó sujetarme, y entre ese tironeo, a alguien se le escapó un tiro. Todo quedó en silencio, hasta que uno de nosotros cayó.
Felipe, mi Felipe, quedó tirado en el suelo, mientras mi padre huía. Yo me arrodillé al lado de él. Aún respiraba…
-Felipe ¡Felipe! Mi amor, por favor, por favor, no te mueras, no te mueras, no, no, no…-dije, tomando su cabeza y poniéndola sobre mis rodillas, mientras mojaba su suave piel con mis lágrimas.
-Mi amor -dijo en una voz de susurro- no llores, por favor…
-Es mi culpa, es mi culpa, por favor, no te mueras… ¿qué voy a hacer sin vos?
-No llores, no llores, no es tu culpa. Quiero que sepas que te amo, pase lo que pase, te amo y siempre voy a estar con vos.
-Felipe, por favor, Felipe…
Y allí pasó, morí por primera vez cuando sus ojos verdes se cerraron para no volverse a abrir más y su mano resbaló de la mía, ya sin fuerza alguna. Morí cuando mis labios intentaron en vano encontrar los suyos como aquella vez, en nuestro paraíso secreto; cuando la luz de la luna iluminó su rostro sereno, cuando comprendí que ya no volvería a ver esa sonrisa pícara, la que más me gustaba. En el momento en que su alma escapó de su cuerpo para unirse al firmamento, la mía también lo hizo; mi alma, suya, para siempre.
MAIA BELÉN FERNÁNDEZ
Maia viene de Argentina y tiene 16 años. Piensa que su biografía no tiene nada de especial porque no ha hecho nada interesante. No sé vosotros, fieles lectores, pero yo no me lo creo. Por su forma de escribir Maia parece estar viviendo la vida apasionadamente. Seguro que es un volcán de sentimientos a punto de estallar.
Maia,me ha encnatado tu relato,para tu corta edad escribes con mucho estiloo y sentimiento.Sigue asi que llegaras muy lejos.
ResponderEliminargracias!!
ResponderEliminaroii Maia... te juro, me emocione demasiado al leer este cuento. Seguramente que a mucha gente que crea en el amor le va a pasar lo mismo. Tenes mucha hablilidad y mucho futuro. Te deseo suerte en tu vida.
ResponderEliminarmai la verdad que con los pocos años que tienes es impresionante tu forma de expresarte, tu historia hizo renacer unos momentos de mi vida que nunca voy a olvidar. gracias por haberme hecho sentir feliz
ResponderEliminarte deseo lo mejor en tu vida, que seas muy feliz besos desde aca cordoba
un amigo
De verdad, es precioso. Sigue así, no dejes de escribir nunca. ¡Eres puro arte!
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