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30 de noviembre de 2010

30: "INTIMIDAD"

Julia está convencida de que las personas que no beben son sospechosas. Roberto opina que las personas que beben son culpables. Ella no confía en alguien que es incapaz de someterse a la máquina de la verdad del alcohol: seguro que tiene algo que ocultar. Él, por el contrario, no tiene la menor duda de que alguien que se anestesia empinando el codo tiene muchas posibilidades de ser mala gente. O, al menos, gente de la que es mejor no fiarse. Roberto piensa que no vale la pena perder la dignidad por amor. Julia no está de acuerdo. De hecho, puede presumir de haberla perdido al menos tres veces, y el hecho de que las tres veces saliera trasquilada no hizo que cambiara de opinión. Roberto dejó pasar dos oportunidades de reconciliarse con dos novias para seguir sintiéndose digno, y no pierde ni un segundo en lamentarse por ello. Lo que sucedió debía suceder, piensa. El destino lo escribimos nosotros, piensa ella. Roberto no soporta que un tipo con vaqueros rotos le mire mal por llevar traje y corbata. Los dos van uniformados pero parece que sea él quien se lleva la peor parte y queda asociado a una imagen de cautiverio. Julia se pone nerviosa cuando habla con un hombre encorbatado porque no le entra en la cabeza que alguien se deje ahorcar así. Roberto es de los que piden sacarina tras una comilona. Julia no cede ante las incoherencias y si engorda, engorda. Cuando la báscula lanza la alerta roja, se va a correr una semana para devolver el peso a su sitio y en paz. A Roberto le caen como una patada en la barriga los ídolos del rock horteras, caprichosos y viciosos. A Julia le gusta zambullirse en una marea electrificada de masas y guitarras para borrarse y formar parte de una energía superior. Dios no existe pero ella existe en Dios cuando va a un concierto de frenesí y olvido. Roberto frena en seco en el centro del salón donde se celebra el banquete de boda pero aún así no puede evitar que Julia choque contra él y el borbotón de cerveza arruine su corbata. Aún no lo saben, pero sus pieles ya negocian un silencioso pacto de intimidad.

TINO PERTIERRA
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¡¡¡PRIMER MES SUPERADO!!!

Ha sido muy difícil, pero con vuestra ayuda, hemos finalizado con éxito nuestro primer mes. Y qué mejor manera de celebrarlo que disfrutando de toda una autoridad en el terreno literario. Para los que no lo conozcáis aún os lo presento:


Tino Pertierra nació en Gijón y vive en Oviedo, donde trabaja en el diario La Nueva España. En 1996 se dio a conocer como escritor con el libro de relatos "Los seres heridos", con el que ganó el premio Tigre Juan a la mejor obra de ficción publicada en España ese año. Es autor de varias novelas, entre ellas "El secreto de las mujeres prohibidas", así como de obras sobre cine y viajes. Ha publicado libros de microrelatos como "Náufragos de diario" o "Cuerpo a cuerpo", y títulos juveniles como "El secreto de Sara".


Desde el privilegio que me otorga esta pequeña ventana al mundo quiero agradecer a Tino su inestimable colaboración. Es todo un placer tenerte entre nosotros.

29 de noviembre de 2010

29: "UN DÍA SOLITARIO"

Abro los ojos y compruebo que ya amaneció. Me levanto y me doy una ducha. Me visto con toda la tranquilidad del mundo. Y salgo al mundo exterior. Sin darme cuenta ya tengo los auriculares puestos. Mi dedo se desliza hasta llegar al botón de Play/Pause de una manera casi mecánica, pero no lo oprime. Es casi como si mi cuerpo estuviese esperando que confirme cada acción que se hace de manera automática diariamente, pero que por alguna extraña razón hoy no es así. Activo la reproducción aleatoria, y la primera canción refleja con una exactitud mi situación este día
Un día tan solo
Y es mío
El día más solo de mi vida
Un día tan solo
Debería ser prohibido
Es un día que no puedo soportar

Llego a la parada de autobús y busco una de las orillas del frio y metálico asiento de espera. Y mientras me acomodo el abrigo, voy sintiendo las pequeñas gotas de agua de una lluvia mañanera. Aunque no son una gran molestia, decido que seria mejor moverme de esa parte del asiento hacia una en la que el agua no llegue.  Y mientras lo hago, sin querer, mi mirada se cruza con la de ella.
Fue solo un instante. No más de tres segundos. Pero hubiese bastado menos para quedar totalmente absorto por esos encantadores ojos. Ella solo me mira por un momento, y después fija su mirada en otra dirección. Tardo un momento en darme cuenta que ya no me mira, y que yo ahora debo estar haciendo un ridículo enorme observándola detenidamente y de tan cerca. Mi instinto de vergüenza me hace desviar la mirada hacia la calle donde pasa el colectivo, y finjo que solo estaba intentando ver si este ya estaba cerca. Pero una sensación se apodera de mí. 
De pronto, siento una enorme necesidad de volver a ver esos ojos. Intento imaginármelos en mi mente. ¿Verdes? ¿Azules? No, definitivamente eran cafés, un hermoso color café claro, comparado solo con las frágiles  hojas que caen de los arboles en otoño de una forma deliciosamente reflexiva. Concebir la imagen de esos ojos de nuevo en mi mente solo incrementa mi necesidad de volver a verlos. Disimuladamente, intento verlos de nuevo y lo consigo. Parecen despedir un fulgor cálido en medio del frio que me rodea. Un fulgor que me dice que debo acercarme a ella y preguntarle quien es, si esta sola, y porque su mirada me ha dejado totalmente absorto.
Me acerco aun más, y mientras lo hago, voy imaginando las muchas reacciones que ella puede mostrar.  Mi mente rápidamente elabora una posible repuesta a cada frase que probablemente salga de su boca.  Pero no se detiene ahí. Sigue y va aun más allá. El plan es invitarla a salir. Si dice que no, pues no seré el primero ni el ultimo en fracasar en este tipo de situaciones, pero ¿que tal si acepta?
Entonces veo mis opciones. El cine, algún parque, una feria… no importa. Lo que busco es conocerla mejor, salir juntos es el modo de lograrlo. Saber que cosas le gustan, cuales son sus pasiones, que le molesta, y ver si tendré que cambiar mis gustos e intereses con tal de que ella se interese en mí, porque definitivamente no voy a perderla.
Mi cerebro sigue generando un futuro escenario para una relación que ni siquiera sabe si se llegara a concretar, pero que le hace mucha ilusión. Le gustaría saber que se siente tener un afecto especial. Más allá de la amistad, del simple compañerismo… le gustaría saber que se siente que la imagen de una persona se vuelva su pensamiento mas profundo. Le gustaría saber que se siente estar realmente comprometido en una relación. Pero lo que mas le hace fantasear es saber que se siente estar enamorado.
Pronto, el resto de mi cuerpo es invadido por ese ‘sueño’ fugaz. Mis piernas  se preguntan cuanto serán capaces de resistir corriendo con tal de llegar a tiempo a verla. Mis manos de mueren de ganas por acariciar esa insinuante espalda. A mi piel le gustaría frotarse con la de ella y sentir la su  calidez y suavidad. ¿Qué sabor tendrán esos delgados y rojos labios? Se pregunta mi boca. Mi olfato se excita con solo pensar en el perfumado cabello lacio  que ella parece ondear. Y mis ojos solo pueden pensar en volver a ver los ojos de ella, en perderse en su mirada que dulcemente me hacen desvanecerme en un mar de intensas olas que de manera abrupta se vuelven espuma despidiendo brillantes reflejos.
Inesperadamente, me doy cuenta que no ha pasado ni medio segundo y ya mi cuerpo necesita más dosis de ella. Pero mi mente, por alguna extraña razón,  se volvió fría. Tiene razón, hay que hacer esto con cuidado. No debo dejarme llevar por impulsos que pueden echarlo todo a perder. Vuelvo a repasar el plan que tengo y me armo de valor para hablarle, pero justo cuando estoy a punto de decir algo, ella voltea hacia el lado contrario a donde estoy. Eso me hace sentir inseguro ¿es conveniente hablarle? Rápidamente me respondo que no, porque ella ahora se levanta y se dirige a un hombre casi de mi misma edad. ¿Un hermano? -Puedo lidiar con eso fácilmente ahora- me digo a mi mismo, hasta que…
Definitivamente no es su hermano. Un beso cariñoso es de hermanos, pero el que ella le da es algo más. Es un beso apasionado, cálido… amoroso. No le importa estar bajo la lluvia si puede estar con el. Una brisa hace mas fuerte la lluvia,  los aleja de su encanto y los obliga a refugiarse en la misma parada de autobús en la que estoy. Los escucho hablar tiernamente, muy de cerca, aun cuando tengo mi música puesta. No se por que, instintivamente quizá,  subo el volumen a todo lo que da.
Miro una vez más esos ojos cafés. Ya no me parecen tan atractivos. ¿Será el hecho de que ya se que tiene a alguien a quien ver? ¿O será la decepción de saber que yo nunca estuve dentro de sus intereses? Como sea, a lo lejos veo mi autobús acercándose. Cuando llega, me apresuro a abordarlo. Pago y busco un asiento vacío. Al sentarme, veo por la ventanilla las siluetas de los dos enamorados deformadas por las gotas de lluvia, hasta que el camión avanza y la imagen se pierde. Decido no pensar más en ello. Y la canción en mi reproductor llega a su estrofa final…
Un día tan solo,
Y es mío
Es un día que me alegro de haber
sobrevivido.
…solo que yo aun me pregunto si realmente sobreviví.

Abel Luna Che “Darwin”
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Abel Luna es un joven mexicano de 17 años al que le gusta transformar cualquier idea, por tonta que sea, en algo real, o al menos volverla realizable. Muchas veces esas ideas llegan a ser demasiado absurdas. Pero también tiene ideas que pueden volverse ‘coherentes’, especialmente si de relatos se trata.

Podéis seguir su trayectoria en http://dytl.blogspot.com/

28 de noviembre de 2010

28: "A LA MESA"

Cuando Encarnación sonríe se tapa con la mano la boca para no dejar ver su sonrisa desdentada…Siempre me ha costado un mundo entender su hablar rapidito y agudo…
Me cuenta siempre la misma historia, que nació lejos en un pueblo apartado de los Andes  colombianos, tan pobrecita que apenas podía comer.  Por locuras de muchacha quiso venir a Venezuela, a probar suerte aquí. Así que dejó lo poco que tenía y se arriesgó por los caminos verdes en compañía de una prima que no volvió a ver más. Aquí encontró trabajo, encontró además marido, que le hizo cinco hijos, todos vivos gracias a Dios…Luego la dejó sola, como todos. Y en ese momento sonríe tapándose la boca, rojita de la pena…
 Encarnación llegó recomendada a casa hace poco tiempo, larga y flaca como un alambre. Se le contrató  dos veces por semana para lavar,  planchar y acomodar la ropa. Siempre de buen humor, no pasó mucho hasta que se le ofreció  también ayudar en la cocina. Comenzó con timidez,  lavando los platos, cortando y pelando las verduras  y preparando al pie de la letra lo que la tía Adi le indicaba.
Desde joven Adi se encargó de llevar la casa, sin demasiado éxito.  Nuestra casa había quedado atrapada en medio de la ciudad que crecía sin límites ni orden. Un gran solar alargado rodeado de edificios  y sembrado de árboles verdes y frondosos, hacían del lugar un oasis en medio del asfalto. Al frente, el ruido de carros, autobuses y música estridente que supuestamente atraía a los compradores de los comercios de la avenida, se colaba acallándose a medida que uno se adentraba al lugar. Una vez allí, en el silencio, eran incontables los objetos apilados, olvidados a través de los años. La tía trataba de poner cierto orden, pero las cosas acumuladas eran demasiadas, todas necesarias a sus ojos, aquella lámpara de pie era de Elena, solo le faltaba el conector,  -eso se arregla facilito-; no puedo salir de ese sofá, es de Teresa y seguro lo vendrá a buscar pronto, cuando termine de pintar el apartamento…decía todos los años. Y así, vivíamos rodeados de peroles ajenos, arrumados en el patio. Contrataba y despedía al personal de limpieza casi al mismo ritmo que cambiaba la ropa de cama, creía decidir sobre todo lo que pasaba en la vida del hogar. Siempre se consideró insuperable especialmente en la cocina, las cosas se hacían a su modo, y no daba lugar a recomendaciones u observaciones de ningún tipo, así lo había hecho por años y así debía seguir haciéndose, sin embargo, para su asombro y el nuestro, Encarnación poco a poco fue atreviéndose a experimentar, al agregar pimienta, canela, tomillo, tamarindo, ají misterioso  o mango, podía convertir un pollo guisado común, al estilo de la tía, en uno memorable. Descubrir que tenía esta vez el arroz era una aventura diaria. Encarnación sabía instintivamente como mezclar los más insólitos sabores, lo hacía con elegancia, sabía como avivarte los sentidos con un delicioso manjar. Y así las cosas, Adi no tuvo más opción que aceptarla.
Mis otros tíos entraban y salían de esta casa como cuando vivían en ella siendo solteros, hacía unos años  para visitar a su madre, mi abuela, luego al morir ella, para dejar cosas que sobraban en sus propias casas o sencillamente dar un vistazo. No eran realmente visitas, pues los habitantes de esta casa ni nos enterábamos muchas veces de que estaban, sencillamente nos topábamos con ellos y con mucha formalidad nos saludábamos, sin intimidades de ningún tipo, como el que ves por centésima vez, al asiduo igual que tu a la panadería que ya de tanto verlo se le saluda, por pura educación y costumbre. 
Además de mis dos hermanos y yo, que quedamos bajo el cuidado de mi abuela cuando mi madre decidió que esta ciudad era muy pequeña y sofocante para sus aspiraciones y se fue siendo yo muy pequeña, también vivía Alfonso, el único hijo de la tía Adi, nunca salía de ese cuarto, yo no sabía a que hora bajaba en la mañana o subía a su habitación para dormir. Será que nunca bajó o subió, solo estuvo sentado en el cuarto de estudio por los siglos de los siglos. Por las tardes, ponía a tocar sus discos de tangos, y  la casa,  y la cuadra se sumergían en la música sugerente que todo lo envolvía y lo hacía melancólico.  Era lo más cercano a convivir con los demás, su saludo diario, su visita, el recordatorio de su existencia.
 La tía Adi daba órdenes de que su hijo no debía ser molestado, pues el muchacho necesitaba silencio, tranquilidad para concentrarse, pues Alfonso escribía. 
Un día mi tío, el más joven, pasó en horas de la mañana, cuando la cocina de Encarnación desprendía los mejores olores  preparándose para el almuerzo. Lo conseguí dejando unas puertas que ya no le servían, pero que seguro irían bien para la casa de la playa, las dejaría y cuando viajara los próximos meses hasta allá, las recogería. –Ajá-…le contesté, sabiendo igual que él, que más nunca se moverían de allí.
Ese día se quedó a almorzar, ese y muchos otros. Las excusas para quedarse a comer se sucedieron y llegó un momento en que ya no las necesitó,  se le contaba como un comensal más. Para sorpresa de Adi la noticia de la buena cocina de Encarnación corrió rápido y muy pronto se sumaron también al almuerzo la  tía Teresa y su esposo, la tía Elena y el suyo y el tío Leonardo que  venía solo. Muchas de las sillas desfondadas arrumadas en el patio sirvieron para agregar nuevos puestos a la mesa.
Había entre los hermanos una atmósfera forzada, un cristal muy fino y opaco que cuidaban no tocar, para no romper. Sin embargo, la cotidianidad ayuda en estos casos y entre recuerdos y añoranzas crearon un diálogo que les permitió reencontrarse, aflorando un sentimiento de hermandad que había sido velado por años de silencio, de desencuentros y malos entendidos.
Para sorpresa de todos, también un día Alfonso asomó su cabeza por entre la puerta del comedor, y por primera vez pude apreciar su altura, su color a la luz natural. Quería compartir la mesa. Se reunió con nosotros desde entonces, lo oímos hablar, muchos como yo por primera vez, incluso bromear, se rió de él, de nosotros. Pronto olvidamos que hubo un tiempo en que los tíos y Alfonso no estaban.
Y un día, así reunidos, Alfonso  anunció que ya estaba listo para partir, ya no temía dejar a su madre, no estaba sola, podía irse por fin sin remordimientos  a buscar sus sueños más allá de ese cuarto, de esa casa y esas calles.
Esa tarde la electricidad se había ido en la cuadra y la noche llegó súbita, húmeda, oscura. Sin el aire acondicionado el calor agobiante me sacó de casa, ya en el patio se oyeron sollozos fuertes, desesperados,  entre sombras aún podía ver a la  tía Adi con un cigarro en mano y tratando con la otra de mover un perol dejado en el paso sin lograrlo. No supe si acercarme, dudé, caminé hacia al frente asombrada por la oscuridad y por los sollozos que no cesaban, con dificultad pude ver a Alfonso, se acercó  a Encarnación y besó agradecido su frente y luego se alejó entre las luces de los carros que me segaron. Regresé  y la tía había desistido, la caja de discos que no pudo mover antes quedó atravesada, ya no la veía pero a través de los árboles aún podía oír el llanto triste, ahora más suave.
Hoy Encarnación me pide que la ayude, se va de casa, pero antes, quiere que le escriba todas esas recetas maravillosas que tiene en su cabeza,  ella no sabe leer, mucho menos escribir. Me pongo con ella y paso a paso escribo cada ingrediente, cada mezcla. Le hago repetir una y otra vez hasta entender por fin,- hojita de naranja-me hace leer lo que anoto, quiere estar segura que lo he apuntado bien.  Está haciendo un recetario para  llevar a su única hermana allá en ese pueblo apartado de los Andes colombianos al que nunca ha regresado.  Se va, pero no sin antes darle indicaciones claras a la tía Adi, que anota también, sin parpadear.
CARMEN VIRGINIA VILLAMEDIANA MONREAL
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De Carmen Virginia sólo sabemos que nos ha escrito desde Venezuela. No sabemos si ha sido por timidez. Le hemos pedido que nos envíe más información y una foto que la describa. Si nos responde lo añadiremos para que la conozcáis mejor.

27 de noviembre de 2010

27: "LA PRIMERA VEZ QUE MORÍ"

Yo era una chica como cualquier otra, hasta que me arrebataron lo más preciado para mí.

Todo comenzó una tarde de primavera, cuando Felipe, el hijo del dueño de la siembra, pasó a mi lado con su caballo. Yo era nueva en el pequeño pueblo de Montebuey, me había mudado hacía poco por problemas económicos. Haber dejado atrás la ciudad, mis amigas, mi escuela y todo lo conocido fue difícil. Al principio, había protestado como nunca, había lloriqueado hasta que mis ojos se secaron, pero no hubo vuelta atrás, la decisión estaba tomada por parte de mis padres.
Felipe fue el único que me ayudó a integrarme a la vida de campo; él me enseñó a montar, a sembrar, a recoger la cosecha y a guiar a las ovejas. El me mostró más allá de lo que se puede ver en un televisor, o escuchar en un Mp3. Me hacía recostar en el pasto para oír el susurro de las flores y para encontrar formas en las nubes. Poco a poco, me di cuenta que aquel muchacho de ojos verdes y cabello castaño claro, había dejado de ser algo más que un amigo para mí.
            Mi padre, trabajaba para el suyo, y al ver mi proximidad con el hijo de su jefe, automáticamente, buscó formas de sacar provecho de eso. Empezó a comportarse de manera diferente conmigo en lo que respecta a chicos; me dejaba estar todo el día con él, siempre me llevaba a visitarlo, y cuando pasaba más de doce horas sin verlo, me preguntaba por qué no iba a su casa. Claro, de todo esto yo no me había dado cuenta hasta después de aquel episodio horrible, y hasta disfrutaba de lo que pasaba.
            Un día, Felipe me vino a buscar a mi casa y me propuso salir a montar.
-¿A dónde vamos?- le pregunté al darme cuenta que nos estábamos alejando bastante del pueblo.
-Ya lo vas a ver…- me dijo, dedicándome una sonrisa pícara, de las que más me gustan. Yo sólo atiné a hacer un asentimiento con la cabeza.
             No sé cuánto habremos cabalgado hasta llegar a ese lugar; lo único que sé, es que nunca había visto nada similar. Haciendo a un lado las ramas de unos árboles muy tupidos, Felipe dejó al descubierto un paraíso inigualable. Un pequeño arroyo cruzaba un prado lleno de flores silvestres y mariposas. El sol alumbraba el agua, haciendo que pareciera hecha de diamantes.
            Él se sentó cerca del arroyo y sus ojos quedaron iluminados por su reflejo. Yo me quedé sin aliento por un momento, hasta que me hizo señas para que me sentara a su lado. Mi respiración, era entrecortada; estaba muy nerviosa. Tenía miedo de perder la compostura, porque, a pesar de que mi apariencia era serena y un poco seria, por dentro me moría de ganas de besarlo.
-¿Crees en el amor?- me preguntó, mirando el agua correr frente a él. Casi me desmayo al oír esa pregunta, ya que me di cuenta por dónde iba.
-Sí, creo que hay solo un amor verdadero- le respondí. Mi corazón palpitaba más rápido que el de un colibrí.
-Pero… ¿crees que a esta edad es posible enamorarse profundamente?- dijo, y giró la cabeza para mirarme a los ojos. Yo no pude contestar al instante, sus ojos me hipnotizaban, me deslumbraban.
-Para el amor no hay edad- dije, bajando la mirada para poder pensar con claridad. El colocó un dedo debajo de mi mentón y levantó mi rostro, haciendo la pregunta que más deseaba, pero al mismo tiempo, la que más me asustaba.
-¿Me amas?- No pude contestar con palabras, pero hubo un acto que resumía todo lo que sentía. Me acerqué a él con un movimiento rápido y corto, y luego, mis labios encontraron los suyos en un beso apasionado, que parecía interminable. Desde ese día, Felipe me presentaba a todos como su novia. Me sentía feliz, más que nunca en la vida. Él me amaba, era más de lo que podía pedir.
Cuando le conté a mi padre, parecía que iba a saltar en un pie, aunque trató de disimularlo, sin mucho éxito. De repente, lo ascendieron con un sueldo más que mejor y todos lo llamaban jefe o patrón. Y yo festejé con él, sin saber que lo que realmente hacía era usarme. En poco tiempo, mi padre se volvió una persona fría y rígida, pero cuando hablaba con Felipe, era totalmente diferente. Ahí fue cuando empecé a sospechar, pero no le dije a nadie por miedo a equivocarme. Qué tonta fui; si hubiera buscado ayuda, no hubiera pasado lo que pasó.
Un día, Felipe y yo estábamos en nuestro paraíso secreto. Él me notaba preocupada, así que me preguntó:
-¿Qué pasa?
-Tengo un problema…
-¿Me querés contar?- dijo, tomándome la mano para darme ánimos. Yo lo pensé un rato, pero al final accedí.
-Es mi padre, está raro… está todo el día encerrado en su oficina trabajando, y muchas veces lo escucho salir a la noche en su auto. Para mí que anda en algo raro…-
Él me escuchó con atención, y cuando terminé, me abrazó y me dijo:
-Te propongo algo, cuando no esté, nos metemos en su oficina y vemos si está trabajando en algún proyecto raro… así no vas a estar dudando de él todo el tiempo.
-¡No! ¡Es peligroso!
-¡Vamos! ¿Qué es lo peor que puede pasar?- me dijo, mirándome a los ojos y yo acepté, hipnotizada. Qué tonta, debería haber seguido a la razón y no dejarme llevar por esos ojos verdes.
            Esa noche, mi padre estaba en una conferencia y mi madre estaba con él. Felipe llegó a las ocho, como habíamos acordado, mostrando una sonrisa pícara parecida a la de un niño que está por hacer una travesura. Nos dirigimos a la oficina, pero la puerta estaba cerrada con llave. Felipe, sacando una ganzúa de su bolsillo, la abrió.
-No sé si lo que estamos haciendo está bien…- le dije, mientras empezábamos a revisar los cajones.
-Bueno, en realidad, no lo está. Pero es divertido un poco de aventura ¿no?
Yo asentí con la cabeza, aunque no estaba totalmente convencida. Mientras hurgaba en uno de los cajones, encontré un papel que me llamó la atención. Era una lista de venta, y los nombres de los productos eran extraños, hasta que leí uno que sí entendía.
-Felipe, mirá esto- le dije. Él se acercó y leyó el papel, una, dos, tres veces, y de esa lista sacó una conclusión:
-Armas…
-¿Qué?
-Tu papá vende armas ilegalmente- me dijo muy seriamente. Yo al principio no comprendí, me quedé como atontada.
De repente, se escuchó el motor de un auto. Era mi padre, que llegaba a casa.
-¡Vamos!- me dijo, pero yo todavía no reaccionaba, por lo que me tomó de la mano y tiró de mí hasta la puerta; pero era tarde, demasiado tarde…
-¿Qué hacen aquí?- preguntó mi padre, pasando su mirada de nosotros, al papel que yo todavía tenía en la mano, y de nuevo a nosotros.
-Hija, ¿qué tienes ahí?
En ese momento fue cuando reaccioné, y me di cuenta del peligro por el que estábamos pasando. Inútilmente intenté esconder la lista detrás de mí, pero mi padre fue más rápido y me la arrebató.
-¿Qué hacen con esto?- preguntó en un tono amenazador, mientras se acercaba paso a paso. Pero Felipe fue más rápido. Con nuestras manos aún entrelazadas, salió corriendo hacia la puerta, tirando de mí. Mi madre, observaba la escena horrorizada desde el living. Mi padre tomó algo de su escritorio y empezó a seguirnos, pero nosotros éramos más rápidos. Salimos de la casa, hacia el bosque que rodeaba nuestro paraíso, y nos internamos en él.
            No sé cuánto habremos corrido, pero lo que sí sabíamos es que estábamos perdidos, y en plena noche iba a ser difícil encontrar el camino de regreso. Aunque eso no fue suficiente para que él no nos encontrara. Un grito se escuchó de entre los árboles:
-¡Hija! ¡Vení para acá!
-¡Felipe, nos encontró! ¡Qué vamos a hacer!-le dije.
-Quedate tranquila, yo no voy a dejar que nada te pase.
-No me preocupo por mí.
En ese momento, de entre los árboles, apareció la figura de mi padre. Felipe se colocó delante de mí, protegiéndome con su cuerpo.
-¡Qué escena tan conmovedora!- dijo mi padre en tono burlón, y hasta me pareció que estaba loco. En su mano tenia algo que no alcanzaba a ver por la oscuridad.
-Déjenos ir, no le diremos a nadie sobre lo que hace- le dijo Felipe, desafiándolo con la mirada. Mi padre empezó a reír y dijo:
-Tu papito me pidió que no te enteraras del negocio, que vos no eras como él, y que ibas a ser capaz de contarle a la policía. Me dijo que si vos llegabas a saber algo, a mí me mataba, así que prefiero que mueras vos y lo hago pasar como un suicidio…
-¡No!- grité yo. Felipe me puso una mano en la boca y dijo
-¿Mi padre está implicado en todo esto?
-Lamentablemente, te tengo que decir que tu padre no es la persona que vos pensás que es -dijo con una sonrisa maníaca en la boca- Trafica armas, él es el jefe, yo sólo llevo la mercancía. Pero basta de charla, voy a hacer lo que tengo que hacer…
            En ese momento, la mano de mi padre quedó iluminada por la luz de la luna y pude ver que lo que llevaba era un revólver. Sin pensarlo dos veces, me abalancé contra él, tratando de arrebatarle la pistola. Felipe intentó sujetarme, y entre ese tironeo, a alguien se le escapó un tiro. Todo quedó en silencio, hasta que uno de nosotros cayó.
Felipe, mi Felipe, quedó tirado en el suelo, mientras mi padre huía. Yo me arrodillé al lado de él. Aún respiraba…
-Felipe ¡Felipe! Mi amor, por favor, por favor, no te mueras, no te mueras, no, no, no…-dije, tomando su cabeza y poniéndola sobre mis rodillas, mientras mojaba su suave piel con mis lágrimas.
-Mi amor -dijo en una voz de susurro- no llores, por favor…
-Es mi culpa, es mi culpa, por favor, no te mueras… ¿qué voy a hacer sin vos?
-No llores, no llores, no es tu culpa. Quiero que sepas que te amo, pase lo que pase, te amo y siempre voy a estar con vos.
-Felipe, por favor, Felipe…
Y allí pasó, morí por primera vez cuando sus ojos verdes se cerraron para no volverse a abrir más y su mano resbaló de la mía, ya sin fuerza alguna. Morí cuando mis labios intentaron en vano encontrar los suyos como aquella vez, en nuestro paraíso secreto; cuando la luz de la luna iluminó su rostro sereno, cuando comprendí que ya no volvería a ver esa sonrisa pícara, la que más me gustaba. En el momento en que su alma escapó de su cuerpo para unirse al firmamento, la mía también lo hizo; mi alma, suya, para siempre.
MAIA BELÉN FERNÁNDEZ


Maia viene de Argentina y tiene 16 años. Piensa que su biografía no tiene nada de especial porque no ha hecho nada interesante. No sé vosotros, fieles lectores, pero yo no me lo creo. Por su forma de escribir Maia parece estar viviendo la vida apasionadamente. Seguro que es un volcán de sentimientos a punto de estallar.

26 de noviembre de 2010

26: "UN NOVIO PARA MAMÁ"

Cierta noche de luna llena las estrellas brillaban como nunca. Bastian estaba junto a su prima Camila. Observaban cómo está alumbraba toda la oscuridad de la hermosa noche. Yo me preguntaba cómo sería estar cerca de las estrellas y veía cómo mi hijo contemplaba todo y se sentía feliz junto a su prima. Escuchó decir a Camila que si miraba a la primera estrella que brillara más intensamente en el cielo, a ella debía pedir un deseo. Bastian prestó mucho oído a esto y me tiró de un brazo, y al oído me dijo:
-¿Mamita, escuchaste? ¡Pide uno ahora y se hará realidad mañana!
-Está bien - Le respondí - ¡¡¡¡pediré que mañana comamos torta de chocolates!!!!
-Nooo - Me dijo él - ¡¡¡¡¡ pide un marido para que seamos una graaaaan familia!!!!!
“Qué increíble”, pensé...”mi hijo deseaba un marido para su madre y yo solo una torta de chocolates para ambos”. ¿Un marido? Mmmm, que extraño, con lo celoso que es y quiere que me case. Pero yo, muy obediente ante los deseos de mi hijo, pensé “mmmm novio, marido, jajaaa mmm ¿por que no?” Y cerré mis ojos, cabeza erguida al cielo, los abrí y a la primera estrella que ví dije:
-Querida estrella, quiero que envíes a mí a un buen hombre que me haga feliz.
Pero parece que le puse mucho color y casi pensé como niña...”que sea apuesto, galán, que me quiera mucho y que comamos muuchos chocolates juntos, mi hijo, yo y el posible novio. Y, si tiene hijos, no importa, juega con el mío y repartimos los chocolates. Jaaaa”. Camila no supo lo que pedí, pero Bastian me dijo:
-Mamita pediste un novio, ¿no?
Le dije:
-No lo quiero.
-¡¡¡Mamaaaa debes hacerlo!!!
-Si hijo, lo pedí, pero, shuuuu, es un secreto.
Él me cerro el ojito y me dijo despacito:
-¡¡¡¡Mañana lo conocerás!!!!
Cosas de niños, pensé.
Ya era hora de terminar el turno donde me encontraba trabajando, cuidando niños. Debía entretenerlos. Y cuando ya me iba ví llegar a un hombre con su hijita de la mano. Se veía un hombre bueno, con carita de felicidad. Y la niña se veía más feliz aún, hermosa. Su carita brillaba tanto como el pelo de su papá. Me gustó el aura que irradiaba, y me acordé de la estrella. Estoy segura que era una estrella, aunque a veces se movía un poco. No creo haberla confundido con un avión o un meteorito. Mmmmm, difícil.
Aunque a la posible estrella le pedí un novio, no un marido, comenzamos a salir. El hombre, pelito al viento, la niña, carita feliz, mi Bastiancito soñador y yo, la mamá a la que su hijo le buscaba un novio, jaaaa.
Nunca comimos torta de chocolates juntos. Ni tampoco miramos la luna, ni las estrellas los cuatro. Pero cada vez que lo miraba a sus ojitos, al entonces mi novio que después se convirtió en el novio fugitivo, pensaba... “¿habrá sido una estrella de verdad a la que le pedí el deseo....?”
Yo me sentía muy feliz y pensé, luego de mucho tiempo de estar sola, que no era tan malo sentirme acompañada otra vez, acostumbrada hacer mi hijo y yo, ser de a cuatro resultaba entretenido. Y, ciertamente, su hija era un encanto. Recordé además lo dicho por Camila, mi sobrina, que lo de la estrella era cierto. Si uno le pedía con el corazón, la estrella te lo concedía. Habemos quienes creemos tanto como los que le preguntan su suerte al hada mágica del facebook o a la galleta de la fortuna...ésto parecía más real. Eso sí, era un deseo en vivo y en directo, sólo había que mirar al cielo en una nochecita estrellada.
Un día nos juntamos de nuevo los cuatro y Bastian dijo:
-Que felicidad mamá, a lo mejor llegamos hacer una familia. Se lo agradeceremos a la estrella.
Mi novio entonces dijo:
-¿Cuál estrella y por qué?
Mi hijo, con la inocencia de niños, contó lo ocurrido esa noche. Pero lógicamente el romance no terminó por eso. Con el tiempo nos distanciamos hasta que mi ex novio se convirtió en novio fugitivo, después de que yo quería ser de nuevo, solamente, mi niño y yo.
Entre mi pensé, “¿cómo pude ser tan niña? Más que mi hijo quizás. ¿Creer que una estrella me traería un novio? Tampoco lo quería tener. Pero cuando llegó fue bonito. Después que el romance terminó llegué a casa con una gran torta de chocolates, pero no para celebrar lo ocurrido, sino que para subirme el ánimo, ya que las mujeres acostumbramos a comer cosas dulces cuando estamos tristes. Pero quería compartirla con el ser que más feliz me hace, mi pequeño angelito.
-Mamá, ¡¡¡que riiiico!!! Torta de chocolates ¿Qué celebraremos? - Me preguntó el niño - ¡¡¡hoy hay muchas estrellas!!!
De nuevo me conversó Bastian mientras disfrutábamos de la rica torta.
-La verdad, no quiero ver estrellas, sólo te quiero ver a tí comiendo esto tan riico. - Le dije.
Después de terminarla toda, nos sentamos en el patio donde podemos ver el mar de frente, y al cielo y sus estrellas, como dice la canción...Bastian, como siempre con su inocencia de niño, pero inteligencia que me sorprende cuando me quiere cuidar y me protege pese a su corta edad, me dice:
-Mamita, creo que te equivocaste, ese día no te pusiste tus lentes. Viste mal, de seguro no era una estrella. Era un avión y tu sueño se los llevó el avión de viaje, jaaa.
-¡¡¡Noo!!!! - Le respondí - Mi amor, los deseos debes pedírtelos a tí mismo, a tu cabecita y corazón. La cabeza los planea y tu corazón te da la fuerza para que se cumplan.
Y él me dijo:
-Pero si Camila dijo que a ella el deseo se le cumplió.
-Puede ser que la estrellita la ayudara. - Le dije. - Pero yo no necesito pedir un deseo a la estrella. Tú yo ya somos una familia. - Le recalqué nuevamente.
- No pediste un novio. - Me insistía Bastian. - Mmmmm... la verdad no. - Le dije a mi hijo - No le pedí un novio a la estrella...Le pedí una graaaaan torta de chocolates, para que la comiéramos juntitos el día que hubiera de nuevo una luna llena con una gran noche estrellada, como ésta.
Bastian me miró y se sintió muy feliz. Miramos de nuevo las estrellas pero cuando apareció una grande y fugaz corrió a mi dormitorio y me dijo:
-Mamá, espera - Me trajo mis lentes y me dijo - Toma mamita, por si acaso, para que no te confundas de nuevo entre un avión y una estrella.

Ciertamente mi hijo aún busca un novio para mamá.

JULIETA CUENTACUENTOS
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"Me dedico a escribir historias desde la edad de los 12 años. Hace 5 años que escribo historias para niños y las que se las expreso a través del cuentacuentos, utilizando disfraces y toda una ambientación para que los niños hagan volar su imaginación.
Durante todos estos años y a través de mis presentaciones me capacité para poder realizar este hermoso arte, Soy una de las pocas personas que realizan este arte en mi país de la forma en que yo lo realizo.
Saludos desde Chile. Me llenaría mucho de felicidad poder compartir este cuento con ustedes"

Saludos desde España Julieta. Encantados de contar contigo.

25 de noviembre de 2010

25: "MEMORIA"

—Pero, ¿a ti qué te pasó? —me preguntó— ¿Lo sabes? ¿Cómo llegaste aquí? Porque yo no tengo ni idea.
—No —respondí impaciente—, ni siquiera sé dónde o qué es aquí.
Pensé que él, o ella, estaba más confundido que yo, lo que ya me parecía difícil, tomando en cuenta mi situación: yo sólo podía pensar en el odio hacia Carla, en su culpa. La rabia me inundaba. Ella era la causante de todo. Estaba seguro.
—¿Culpable de qué? ¿Qué es lo último normal que recuerdas? —insistió aquella voz a mi lado.
—¿Normal? —en ese momento me di cuenta de que había algo irregular en la situación, que yo no había hecho consciente. Claro, tanta blancura a mi alrededor, esa especie de niebla, tenía que haberme hecho sospechar que algo no iba bien. ¿Y Carla tenía algo que ver con esto?
Él me escuchó. Pudo oír mis pensamientos, o leerlos en mi cara. Fue entonces cuando intenté mirar la suya, y me di cuenta de que percibía su presencia como si estuviese dentro de mí. Podía sentirle, incluso oírle, pero no tocarle. ¿Estaba ahí? Pero, ¿dónde estaba? ¿Quién estaba? Un segundo después estaba fuera de mí, mirándome a los ojos, con un interrogante pintado en cada pupila. Algo no encajaba.
—Lo último normal —respondí haciendo un esfuerzo por destapar la memoria—, pues, venía discutiendo con Carla, mi mujer, ya sabes, discutiendo porque… bueno, por cosas —corté en seco la confesión. Podía detener las palabras, pero no las imágenes que a borbotones brotaban de mi mente.
Mis manos al volante. El asfalto frente a mis ojos. La voz de Carla. La línea blanca en el negro asfalto. Sus lágrimas. La mías. Los árboles girando a los lados. El pedal del acelerador temblando bajo mi suela, mi pierna tensa empujando al pie. Como una avalancha llegó a mi memoria: todo. Su confesión, mi dolor, nuestra tristeza. La humillación, la incontenible furia apoderándose de mi ser, consumiéndome como el fuego abrasa el papel.
—Todo pasó muy rápido —pensaba en voz alta—, y ahora lo siento de otra forma, es un dolor sordo. Tal vez ya ni me duele.
—Aquí ya no te va a doler más —me contestó con una sonrisa que imaginé en sus labios. Entonces pude verle, comprendí y, tras un suspiro, le solté:
—Así que esto era todo —observaba con nuevos ojos la niebla eterna—. ¿No hay nada más?
—No —me dijo tranquilo—, no hay más allá.
—Si lo hubiese sabido antes —le aseguré—, me habría ahorrado tanta iglesia y tanta rezadera.
Belisa Bartra
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"Vivo en Barcelona, y aunque de origen catalán, soy venezolana, mexicana… nacida en Inglaterra. Participo en un proyecto de difusión de microliteratura, escribo en mi blog personal y me cuento mis propios cuentos. Desde siempre imagino historias, me invento el mundo a cada paso y, cuando aprendí a hacerlo, también comencé a reescribirlo.
Creo que es inútil hacer una descripción de mí misma, dado que vivo en constante reescritura y no puedo parar de imaginarme. Acaso el cambio me define."
Podéis seguir la trayectoria de esta estupenda escritora en:
A nosotros nos ha encantado su aportacion. Estábamos a punto de no superar el reto y de repente apareció Belisa. Se ha convertido en nuestro ángel de la guarda.

Muchas gracias Belisa.

24 de noviembre de 2010

24: "LAS HORAS BLANCAS"

A veces, las historias se escriben solas.
Eso me repetía a mi mismo una y otra vez mientras miraba la pantalla en blanco de mi ordenador. Por mi cabeza pasaban palabras sueltas, palabras cargadas de fuerza expresiva, palabras carentes de significado cuando las intentaba juntar. Volví a mirar el reloj. Ya habían pasado dos horas. Dos horas de mi vida sin hacer nada. Perseguía un sueño, pero el sueño escapaba de mí.

A veces, las historias se escriben solas.
No tenía ninguna historia. No tenía nada. ¿Cuándo llegarían las famosas musas? ¿Qué aspecto tendrían? Las mías debían de ser del tamaño de un grano de arena porque no las podía ver por ningún sitio. Repasé mentalmente posibles temas: El amor, el desamor, la lucha entre el bien y el mal, los caracoles que hablan y viven aventuras...Nada. Siempre me había regodeado de ser ingenioso, imaginativo, habilidoso con las palabras. Pero sólo tenía eso: palabras. Palabras sueltas, palabras cargadas de fuerza expresiva, palabra carentes de significado cuando las intentaba juntar.

Tuve la certeza de encontrarme en un bucle. Mi cabeza llevaba dándo vueltas en redondo todo el tiempo. Estaba en una espiral sin inspiración. No lo consegiría nunca. Ser escritor era más difícil de lo que pensaba. Y sin embargo seguía diciendome a mí mismo:

A veces, las historias se escriben solas.

Juan Casado Martínez
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Con esta íntima reflexión, Juan Casado, de Madrid, nos ilustra con maestría sobre los bloqueos del escritor. Juan trabaja como profesor en un colegio de secundaria. A veces comparte con sus alumnos los textos que escribe entre clase y clase. Y ellos le dan mucho apoyo. Siempre le están animando a que escriba una novela. Todo un reto para el que está acostumbrado a escribir pequeños relatos. Algún día, si tiene tiempo, se atreverá. Seguro que ya tiene una idea rondando por su cabeza.

23 de noviembre de 2010

23: "AL OTRO LADO DEL ESPEJO"

Laura levantó la cabeza. El olor agrio le subía hasta la nariz provocandole un nuevo espasmo a la altura del ombligo. Volvió a undir su frente en el inodoro y vació por completo su estómago. Sinténdose mejor se miró en el espejo. Perfecta. Ahora ya podía salir a la sala de visitas a contales a sus padres los progresos de esta semana. Se refrescó la cara con agua fría y se atusó el flequillo con las manos. Se veía mejor que nunca. Desde que estaba en la clínia su aspecto había mejorado muchísimo.
-Menos mal que paso de lo que me dice el médico - Pensó Laura - A estas alturas ya estaría como una vaca.

Sin embargo, al otro lado del espejo, Laura era un cadáver. Tenía el pelo muy escaso y sin brillo. Los ojos se le undían en unas ojeras de color morado. Los labios ajados y secos se resquebrajaban con cada mueca que hacía. Los huesos de su cuerpo sobresalían afilados por entre los pliegues de una camiseta demasiado amplia para su talla.

La madre de Laura se apretó un pañuelo contra la boca en cuanto la vió aparecer sonriendo a duras penas, haciendo equilibrios sobre unas piernas del tamaño de un mondadientes.
-Esto se acabo - Resopló el padre de Laura. Sin mediar palabra, se levantó y se fué al despacho médico.
Laura se sentó con cara de susto junto a su madre.
-Yo estoy mucho mejor, mamá, de verdad. Hoy he comido una manzana y un yogurt.
Su madre no podía articular palabra. Reprimía sus lágrimas apretando los labios con fuerza. Agarró con suavidad a su hija, con cuidado de no romperla, y la abrazó en silencio. La empezó a acunar despacito, como cuando era un bebé sano y feliz, con toda la vida por delante.
Laura no entendía por qué su madre actuaba de esa manera. En pocos días saldría de allí y volvería al instituto. ¿Eso era lo que ella quería, verdad?.
Sin poder evitarlo, su madre empezó a emitir un sonido apenas perceptible. Una nana que salía más de su corazón que de su garganta. Laura se sintió de manera muy extraña. Era una mezcla de seguridad y vergüenza. Por un lado era como estar de nuevo en casa, a salvo de todo. Y por otro era el haber engañado a sus padres, mintiéndoles semana tras semana, mintiéndo a médicos y enfermeras, mintiéndose a sí misma.

Su padre irrumpió en la escena acompañada por el director de la clínica. Enfurecido, agarró a Laura del brazo y la obligó a separarse de su madre.
-Se acabó - Le dijo en muy mal tono - A partir de ahora te mando a la fase IV.
¿La fase IV? No les vería en una buena temporada y tendría un "policía" siguiendo cada uno de sus pasos. Conocía a unas cuantas chicas que habían pasado por ello y era horrible. Era peor que estar en una cárcel. Muchas habían tratado de escapar y las que lo conseguían no tardaban en regresar, atadas sus manos con cintas de seda. Laura se había prometido no continuar si la madaban a ese encierro. Abandonaría. Haría lo que estuviera en su mano para desaparecer de una vez por todas.
Laura miró a su madre. Una lágrima asustada se asomaba al borde de uno de sus ojos y resbalaba por la mejilla intentando pasar desapercibida.
Luego miró a su padre. Podía oler su aliento enfurecido, contenido, aterrado.

Entonces giró sobre sus talones y aceptó la mano tendida del director de la clínica.

Martín López Correa
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Una vivencia personal le hizo replantearse prácticamente toda su vida,  escribió este pequeño relato. Más tarde escribió otro, y luego otro más, así hasta que completó un libro de relatos apasionantes que giran en torno al tema de la anorexia, no necesariamente en adolescentes. Martín, desde León capital, quiere compartir con nosotros su primer relato, "aquel que sangré por todos y cada uno de los poros de mi piel".

Gracias, Martín por abrir tu alma con nosotros.

22 de noviembre de 2010

22: "LLUEVE"

Por el cristal de mi ventana resbalaban enormes gotas de lluvia. Al otro lado el paisaje era gris. Las aceras, lo edificios, hasta los paragüas eran de color gris. Un puñado de personas corrian sorprendidas por el chaparrón. Resoplé con desgana. Me aburrían los días de invierno, hacían más detestable mi encierro.

A lo lejos una figura peranecía inalterable. Se estaba mojando y parecía no importarle. Caminaba despacio, disfrutando de cada gota de lluvia que le calaba la ropa. Me quedé observandole sin poder evitarlo. Había algo extraño que mantenía mi atención. No era su gabardina hasta las pantorrillas, ni sus zapatos castellanos. Tampoco era su sombrero de ala ancha que le ocultaba la cara, ni su paraguas negro impecablemente posado en su brazo.
El extraño se paró justo allí mismo, delante de su ventana. Se quitó el sombrero y alzó los brazos al cielo. Se reía. Parecía estar dando gracias a Dios por ese regalo líquido, por mojarse, por vivirlo. Tal vez también había estado encerrado como yo, anclado a una silla de ruedas, protegido en exceso por sus padres, reprimidas sus ansias de vivir.

De repente, mi corazón dió un vuelco. Aquel extraño me miraba fijamente. Seguro que llevaba un buen rato observándome. Cerré las cortinas de golpe muerta de verguenza y de miedo escénico. Aquel hombre tenía una mirada enigmática, soñadora. Juraría que me estaba sonriendo.

Abrí un pequeño hueco en los visillos para ver sin ser vista... Ya no pude encontrar a nadie mojándose bajo la lluvia. Nadie que se percatara de mi presencia. Me sentí terriblemente sola, más que nunca en toda mi vida. Era como si me arrancaran un pedazo de corazón antes incluso de poder disfrutar de su latido.

Me aparté de la ventana y encendí la tele. De repente... alguien picó a la puerta...
Eli Sandoval
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A Eli Sandoval le gusta 365 dias de cuentos porque "autores desconocidos tienen la oportunidad de compartir sus pequeñas obras con otros aficcionados a la literatura". Le gustaría en un futuro poder dedicarse a escribir y espera que os guste su relato.
¿Le pedimos a Eli otra muestra más de su talento? Y de paso, alguna imagen o video que la pueda describir. Nos encanta leer cuentos pero tambien conocer a sus autores.

21 de noviembre de 2010

21: "DOCE OCHENTA"

La noche había caído de golpe sobre aquel mar caribeño. Mar y Javier tenían que regresar al hotel y se habían quedado solos. Mañana volverían a casa y le habían dedicado el día entero a comprar regalos para todo el mundo. Ya no les quedaban en el bolsillo más que unas pocas monedas y estaban extenuados.
-No me fío de cojer el autobús, Javier, con todo lo que nos han contado los guías de las excursiones. Los lugareños deben de ir todos armados.
-¿Cojemos un taxi entonces, mi amor? - Los recién casados se miran con ternura y se besan.
-Es una idea estupenda. Vamonos allí hay una parada.

En la parada de los taxis, un montón de conductores bajitos y muy morenos charlan animadamente apoyados en sus vehículos. Cuando ven a la pareja acercarse, se cuadran complacientes.
-¿Al Caracol, señores? - Uno de ellos les abre la puerta servicial señalando a las pulseras del todo incluido.
Mar y Javier asienten aliviados. Nunca se acostumbrarán al dominio que tienen los lugareños de los turistas. Sólo con mirarles ya saben que son españoles. Y éste hombre sólo con ver su pulsera ya sabe en qué hotel se alojan.
-Será por lo colores - Le susurra Javier a Mar.
Se acomodan en el asiento trasero y se relajan. En unos minutos estarán remojando sus pies doloridos en el agua del jacuzzi.
El conductor maniobra a mucha velocidad por calles rodeadas de enormes y lujosos resorts. Todo se ve muy bonito. De repente el taxi se para frente a uno de ellos.
-Caracol, señores.
Los pasajeros miran a su alrededor.
-Este no es. El nuestro es Caracol Beach y este es Caracol Caribe.
Javier hecha mano inconscientemente a su cartera. La carrera les va a subir un poco más y están un poco justos de dinero. "Igual nos acepta los euros", piensa.

El taxista les mira con cara de pocos amigo y sin decir nada se da la vuelta y comienza de nuevo la marcha. Si antes conducía con brusquedad ahora lo hace de manera temeraria.
Mar y Javier comienzan a apretarse las manos. Ya se habían dado cuenta de que en aquel lugar no respetaban ni carriles ni sentidos, y que adelantaban por la derecha y por la izquierda, igual daba. Y este taxista había perdido las formas de "buen" conductor. El coche volaba por calles cada vez más oscuras, por entre edificios más destartalados, por entre personas de aspecto taciturno que les miraban torcido cuando pasaban. Vieron un semáforo en rojo, y a su lado una triste terraza con un par de personas disfrutando de una bebida. El taxista no frenó, siguió acelerando. Mar y Javier comenzaron a sentirse aterrados. Iban a chocar contra el coche de enfrente. En un quiebro imprevisto, invadieron con rapidez la acera en dirección a la terraza. Era casi peor. Atropellarían a aquellas personas. El taxi dió otro quiebro y recuperó el carril por delante de los coches parados y del semáforo.
-De esta no salimos - Mar se lo dijo a su marido sin hablar, sólo con los ojos. No se atrevía ni a moverse. El taxista parecía muy contrariado. Por su cabeza pasaban cosas terribles que aquel hombre y sus compinches les haría, turistas incautos. Les robarían, la violarían, les matarían allí mismo y nadie encontraría sus cadáveres. Al fin y al cabo, hasta un crío de 15 años llevaría pistola por allí.

En un momento dado salieron a una carretera que ellos conocían, dejando atrás chabolas y pobreza y volviendo otra vez a rodearse de hoteles lujosos. El matrimonio comenzó a respirar aliviado. Por fin entraron en su hotel y se bajaron. Un botones corrió a cojerle la matrícula al coche y el taxista le cobró una tarifara zonable. Luego, sin mediar palabra salió disparado de nuevo echando un montón de humo blanco por el tubo de escape.
-¿Cuánto les han cobrado, señores?
-100.
-Es correcto, bienvenidos de nuevo.

Fué la experiencia más terrorífica que habían vivido en sus cortas vidas. Mejor no salir del resort, mejor no intentar conocer mejor un pais como aquel, tan diferente del suyo, tan desconocido al suyo. Mejor hacer caso de los consejos de la agencia y contratar a golpe de talón todas las actividades y excursiones.
Ramon Arango
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Ramon Arango es un joven tinerfeño de 24 años.Apasionado del surf y de los viajes,nos hace gala de su talento con este hermoso relato.

20 de noviembre de 2010

20: "LATIDOS"

Boom, boom, boom...
Mi corazón se aceleraba poco a poco. Era extraño, apenas conocía a ese hombre y sentia tanta atracción por él que bailaba hipnotizada por la inmensa pista de baile de la discoteca Manhatan.
-Zoe, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras bien? Pareces hechizada, y lo mejor de todo es que estás bailando tan sensual que tienes a media discoteca cachonda.
-Si Kate, estoy bien. Simplemente me estoy divirtiendo. Por cierto, ¿has visto a aquel tío de metro ocheta, rubio, ojos azules y cuerpazo?
-La verdad es que no, Zoe, y te aseguro que con esa descripción lo habría visto.
-Qué raro -Dice Zoe- Juraría haber visto a ese tipo. Quizá sean imaginaciones mías.
-Ya, ya, más bien échale la culpa a los tres últimos margaritas que te has tomado.
-Kate, se ha hecho un poco tarde, creo que me voy a casa. Despídeme de los chicos y hablamos mañana.

Zoe sale de la discoteca y se dirige al aparcamiento.
-¡Mierda, alguien me ha pinchado una rueda! No me queda más remedio que irme caminando a casa. Bueno, el mejor camino para llegar primero a casa es atravesando el parque, pero a estas horas apenas encontraré gente y, la verdad, me da un poco de miedo. ¿Qué haré? mmm... creo que iré por el parque. Al fin y al cabo, ¿qué puede pasarme?

Zoe comienza a caminar por el parque. Cruza la inmensa verja de la entrada y se empieza a adentrar en la oscuridad. Hay muy poca visibilidad y aumenta su paso para ir más deprisa.
De repente vuelve a sentir esa sensación de hipnosis.
Boom, boom, boom... su corazón se acelera de nuevo. A dos metros suyos divisa una figura. Es el chico de la disco.
-Hola Zoe.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Sé muchas cosas sobre tí. Más de lo que puedas imaginar.
-¿Quién eres?
-¿Te gustaría saberlo? ¿Estás intrigada? Yo diría más bien que estás aterrada.
-No lo estoy. No te conozco de nada, pero siento una gran calma.
-Acércate a mí y sabrás quién soy.

Zoe se acerca a aquel desconocido. Parece hechizada. Sus labio se unen, sus lenguas juguetean y sus cuerpos se rozan. De repente, la chica siente como algo afilado se clava en su cuello. Y en ese momento se dá cuenta de que su cuerpo y su alma le pertenecerán para siempre.

Boom, boom, boom...
Raul de Vizhoja
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Raúl de Vizhoja es de Soria y le encanta el proyecto "365 dias de cuentos". "Es un lugar de encuentro para los amantes de la literatura, de la vida, del amor."
Licenciado en historia del arte su gran secreto es su talento para la escritura, por eso no nos ha querido mostrar su verdadera identidad. Quizá si os gusta su relato y se lo hacéis saber se anime a desvelarnos quién es. Quién sabe, igual es nuestro vecino de puerta...