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8 de noviembre de 2010

8: "LA ÚLTIMA CASA"

Era la quinta vez que nos mudábamos desde que mis padres murieron en aquel trágico día. Ya habíamos pasado por 5 casas… y ninguna familia nos quería. Todo era cosa de mi hermana, ella es bastante problemática, entiendo que no nos acojan. Pero no me quiero separar de ella, ahora es la única familia que me queda. Mis tíos están todos muy ocupados y tienen a sus familias, mis abuelos están demasiado mayores para hacerse cargo de nosotras… pero solo quedaba un año. Un año más y mi hermana obtendría la mayoría de edad, de esta forma, podría hacerse cargo de mí y no tendríamos que depender de desconocidos.
Esta vez nos había adoptado una familia del norte de España. “Es una familia muy buena – nos habían dicho -, ellos siempre han querido tener hijos, pero no han podido. Ellos realmente os aceptarán como sois, son buenas personas y realmente quieren ayudaros.” La historia de siempre, siempre lo mismo, realmente siempre querían ayudarnos y ser nuestro apoyo en esos duros momentos. Sí, siempre era una mentira tras otra.
Esa mañana nos levantamos pronto, recogimos nuestras pocas pertenencias que siempre llevábamos encima. Metí la fotografía de mis padres, el monedero que me regalaron hacía unos años y el último regalo que me dieron, mi libro preferido, me lo compraron horas antes del accidente… Antes que me diera tiempo a dejar ir las lágrimas a las que mis ojos querían dar libertad, mi hermana me llamó. Era la hora. Debíamos irnos antes de que partiera el tren.
La nueva casa estaba bastante lejos, al mediodía llegaríamos a la ciudad. Comeríamos en algún restaurante y luego cogeríamos el autobús hasta llegar a un pequeño pueblo que había a las afueras. Los habitantes eran pocos, pero no era el típico pueblo lleno de abuelos. Eso era un punto a  favor, estaba contenta que al menos hubiera chicos de mi edad con los que estar.
A las cuatro de la tarde ya habíamos llegado. Por primera vez vimos a la pareja que nos había acogido. El hombre era corpulento, fuerte, con una mirada fija. La verdad es que, a primera vista, daba un poco de miedo. La mujer, en cambio era totalmente diferente, era pequeñita y bajita, tenía el pelo largo hasta la cintura, era pelirroja y lo tenía rizado. Los dos eran muy apuestos, hacían una buena pareja… pero no eran mis padres. No hacía más que pensar, un año más, solo un año más.
En seguida nos llevaron a nuestras habitaciones… dormiríamos separadas, no me hacía mucha gracia, no conocía a esa gente, estaba más segura con mi hermana, pero bueno, dormía en la habitación de al lado. Las habitaciones eran enormes, se notaba que esa gente tenía dinero. Nos dejaron tiempo para acomodarnos, el resto de cosas que nos pertenecían después de la muerte de nuestros padres ya estaban allí. Fuimos repartiéndonos que poníamos en cada habitación y las hicimos más nuestras. Nos habían dado las ocho de la tarde y desde hacía un rato no paraba de soplar un viento fuerte. Era bastante aterrador. Parecía una amenaza que nos advertía que nos fuéramos de allí. Y la verdad, no hubiera tenido inconveniente en eso.
Nuestros nuevos tutores nos dijeron que bajáramos. Querían hablar con nosotras. Nos explicaron que querían que nos lleváramos bien y que cuando personas viven bajo el mismo techo, había que poner reglas. Mi hermana puso mala cara. Las reglas eran bastante razonables, querían que no fuéramos solas hasta que conociéramos el pueblo, que no podíamos llevar a nadie a casa si no les avisábamos, que si cuando hiciéramos amigos quedábamos, avisáramos si llegaríamos tarde… y reglas por el estilo. Pero en poco tiempo la cosa fue cambiando.
Habían pasado dos meses, no sabía muy bien cómo, pero la situación había cambiado. Cada vez era más tensa. Llegó un día que quería salir de aquella casa, así que mis nuevas amigas, que conocían la situación, me invitaron a una fiesta de pijamas. Así podría estar dos días y una noche fuera. El día que lo decidimos era viernes y la fiesta comenzaría el día siguiente por la mañana así que esa tarde al llegar a casa se lo conté a Bea, la mujer que nos acogió. Su reacción fue exagerada, me comenzó a llamar de todo, me dijo que era una desagradecida, que encima que me cuidaba yo me iba y los dejaba. Le dije que solo era un fin de semana, que no los dejaba, que solo iba a pasar un par de días con mis amigas y que no le debía nada que ella no era mi madre, estaba comenzando a perder los papeles. No lo entendía, parecía que se estuviera volviendo loca. Al final de la discusión solo dijo “esta es mi casa, aquí se hace lo que digo, ¡y tú no vas! Eres nueva aquí, esas chicas con las que vas no te convienen, haz me caso. Así que nada, ¡te quedas aquí! Y por gritarme estás castigada, debes aprender a no faltarme el respeto, no saldrás de tu habitación en todo el fin de semana. Que no se te olvide.” Y se fue, solo dijo eso… ¿qué no me convenían? Pero si ella jamás había salido de casa desde que llegó al pueblo, me lo dijeron. Ella no sabía nada, ella solo sabía de su mundo.
Estaba muy enfadada, esa mujer… no la perdonaría, se le estaba subiendo a la cabeza eso de ser madre, no tenía ninguna razón para no dejarme ir. Solo eran dos días. Subí a mi habitación y me eché en la cama. Alargué el brazo para coger el teléfono y llamar a mis amigas, para decirles que no iría. Entonces lo vi. Se me cayó el mundo encima. Había una nota de mi hermana junto al teléfono. “Lo siento mucho Susan, no quería dejarte sola, esto es lo último que pensaba hacer. Pero no aguantaba más en esa casa, hoy he cogido mis cosas y me he ido. Pero no te preocupes, volveré a por ti. Dentro de unos meses seré mayor de edad. Para entonces habré conseguido un trabajo y un lugar donde vivir. No te preocupes, solo aguanta un poco más. Sabes mi número, llámame si pasa algo. Cuídate.” No me lo podía creer… mi hermana se había ido… sin mí. Entonces lo decidí, yo también me iría. ¿Qué la llamara? Jamás. Ella me había abandonado. Cogí mis cosas y las metí en mi maleta. Salí en silencio de la habitación y cuando llegué al jardín comencé a correr. Corría y corría hacia adelante sin mirar a donde iba. Solo corría. Corrí hasta perder el aliento. En ese momento me pare a ver. Había llegado a un bosque. Me senté en un troco caído y esperé a recuperar la respiración y observar donde estaba.
Era un bosque… un bosque solitario, solo se oía el cantar de los pajarillos. Me quedé un buen rato allí sentada. Cada vez podía distinguir más sonidos. Los pasos de las ardillas saltando en los árboles, el viento pasar entre las hojas, y agua. Estaba segura, allí había un riachuelo. Me deje llevar por el sonido hasta encontrarlo, el agua era clara y limpia, se veían los peces nadar en ella. Estaba sedienta, así que, aunque no fuera de mi agrado, bebí un poco de agua. Para mi sorpresa estaba buena, si el agua puede estarlo. Me quedé allí, sentada, mirando el agua correr y pensando… De repente, oí un trueno, vaya día había elegido para escapar. Me refugié en una pequeña cabaña que allí había. El viento comenzó a soplar cada vez más fuerte y poco después la lluvia caía bravamente encima del refugió. Oía como golpeaba el tejado que parecía que en cualquier momento cedería ante esa lluvia. El paisaje tan bonito, aunque desolado, que había visto cuando llegué, había desaparecido. Pude ver como de oscuro podía ser aquel bosque. Todo estaba oscuro, empapado por el agua, el viento sonaba como si alguien me estuviera espiando, vigilando, acechando hasta ver cuando bajaba la guardia para atacarme. Estaba realmente asustada. Pensé en mi hermana. Ella debía estar calentita en alguna casa de sus amigos… yo debería a ver hecho eso, pero entonces Bea me hubiese encontrado…
Finalmente la tormenta pasó. Ya era de día. Estaba realmente cansada, no había dormido nada esa noche. Salí afuera para observar de nuevo el bosque que vi el día anterior. El terror se apoderó de mí. El bosque agradable del que había quedado prendada no estaba… todo era terrorífico, las hojas caían, las ramas bajas parecía que te acecharan y persiguieran. Comencé a correr de nuevo, estaba aterrorizada, tanto como nunca lo había estado. Corría y corría, siempre corriendo, pero no había forma de salir de allí. El bosque me había atrapado. Fue entonces cuando oí un extraño ruido, me giré lentamente… y allí estaba, era algo que no podría describir, algo realmente monstruoso, esa figura que me miraba fijamente a los ojos… me quedé paralizada, no podía huir, no me podía mover, solo podía observar, ver como se acercaba a mi relamiéndose esa boca gigantesca que de un momento a otro acabaría conmigo.
Lucy Wen
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Lucy Wen, pseudónimo de una chica de Barcelona, ha elegido esta foto porque le transmite las sensaciones que la inspiran para escribir.
Comenzó a escribir para desahogarse y para expresar su dolor. Al final se ha aficcionado y crea pequeños relatos. "La última casa" es uno de ellos. Aunque no es uno de sus relatos favoritos nos ha dejado con mucha intriga. ¿Habrá una segunda parte?

1 comentario:

  1. Y miré y enfrenté mis miedos, me paralizaban, dependían de mi hasta devorarme. Y aún así, allí los espere....

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